sábado, 26 de mayo de 2018

EL TIEMPO FUE CULPABLE




Dicen los entendidos, que las relaciones entre una mujer y un hombre son consecuencia de un posible encuentro fortuito.
Así también pensó Augusto, al día siguiente que encontró buscando taxi, a la salida de la estación de tren, a Elizabeth.

Era una tarde gris, el frio era cortante, la temperatura varios grados bajo cero, y ella al punto de la desesperación…no se veía un vehículo de alquiler ni por casualidad. Caminaba de aquí para allí, sin saber que hacer…

   -Perdóneme señorita, veo que los nervios la están consumiendo, entiendo que está buscando un taxi ¿verdad?
   -Si, por supuesto, usted es taxista me imagino…
   -No se equivoca, mi coche está unos metros más adelante, con gusto la llevaré donde necesite, ¿a qué hotel la llevo?
   -Al Palamira Centrun, y mucho se lo agradeceré.
   -No hay problema, deje que la ayude con su valija….sígame…

Elizabeth le entregó el equipaje y lo siguió unos veinte metros hasta donde estaba estacionado el coche. Llegaron… se acomodó en el asiento, y el chofer comenzó a viajar rumbo al hotel requerido.
El taxista era un hombre relativamente joven, de buen porte y, extremadamente educado, no parecía ser un taxista.
Llegaron al hotel mencionado y le ayudó a bajar su equipaje para que el maletero lo llevara a la recepción de éste.
Augusto no pudo evitar sentirse atraído por Elízabeth. Ella era una mujer que frisaba los treinta. No era precisamente una mujer bella, pero era bastante atractiva. Tenía unos hermosos ojos color miel con una mirada inteligente, sus cabellos eran castaños y también tenía una bella sonrisa.
Elízabeth pagó su servicio y él le dijo…

   -Si desea transporte para mañana le dejo mi tarjeta y yo estaré aquí para llevarla donde deseé.

Ella aceptó gustosa el ofrecimiento, le atraía la idea de volver a verlo.

Ella era una mujer de buenos modales, educada, con una profesión y bien establecida en una empresa transnacional, con poco tiempo para tener una relación sentimental… lo que le importaba por el momento era su trabajo y la empresa para la que trabajaba, más ahora que le habían ofrecido un puesto importante en esa ciudad.

Por su parte, Augusto era un hombre con pasado; hacía un tiempo que había enviudado, tenía dos hijas y se le conocía como un conquistador, a pesar de su apariencia tranquila, éste era el perfil con el cual él navegaba.

 Al recibir la llave de la habitación que le fue asignada, una amplia sonrisa apareció en su rostro, la N° 11, su número de suerte. Ya acomodada, y después de un reconfortante baño, requirió el servicio de envío a las habitaciones, un par de emparedados acompañados de un refrescante té verde caliente, fueron más que suficientes para llevarla a la cama, y descansar hasta la mañana siguiente.

Tendría un agitado día por delante; bajó, tomó un cargado café negro mientras llamaba por el celular al número del taxista que figuraba en la tarjeta recibida la noche anterior.
   -En escasos diez minutos la esperaré en la puerta del hotel, señorita.

Cuando salió del hotel, su amable y servicial taxista ya estaba aguardando.

   -Buenos días, contenta de verlo nuevamente.
   -Buen día, señorita, ¿dónde la llevo?
   -A Publicaciones Internacionales, ¿sabe dónde se encuentra el edificio?...
   -Sí, por supuesto, estuve varias veces por allí, con seguridad tendrá que hacer trámites…
   -No, nada de eso, hoy empiezo a trabajar allí, veremos cómo resulta.
   -Ohhh…que alegría, ¿es por ello que la noto un poco nerviosa?....perdón…no quise ser molesto, perdón…
   -No ha sido ninguna molestia, menos mal que me lo dice…trataré de calmarme, ni que fuera una joven colegiala en su primer día de clase, ja,ja,ja…
   -No estamos lejos, unos escasos quince minutos y llegamos, póngase cómoda…

Llegaron. Se despidió del chofer, y caminó hacia la entrada del imponente edificio, que en nada ayudó para calmarla, muy por el contrario. Ya se me pasará, se dijo para sus adentros.

Fue muy bien recibida; no pudo salir de su asombro al saber que ya estaba preparada la que sería su futura oficina, amplia, llena de luz, pero un poco fría y nada acogedora; pensó que con el tiempo la iría adornando a su gusto. La mayor parte del día, lo ocupó en conocer las diferentes dependencias, a su secretaria, una agradable señora, y los distintos colaboradores; su jefe, muy cordialmente, la invitó a participar en una reunión con la plana mayor de la empresa local, quienes serían sus colegas con los cuales compartiría sus días de trabajo en lo sucesivo.

A media tarde, un poco cansada con el trajín de los papeleríos burocráticos, decidió dar por terminado el día; uno de sus nuevos compañeros, el de la oficina vecina, ofreció llevarla en su coche al hotel, pero en forma amable rechazó la propuesta, insinuando que debería hacer unas compras necesarias. Llamó a su taxi, y concretó que la pasara a buscar a la brevedad posible.

Augusto llegó más rápido que pronto, le encantó y era conveniente seguir viendo a Elízabeth y pensó, creo que me está interesando más de lo debido, pero no debo dejarme llevar por los sentimientos. Ella es una mujer de negocios y yo, se supone, un simple taxista.
En realidad, él tenía una carrera universitaria sin terminar, no era un ignorante, tenía preparación y cultura, además de sus dotes de Don Juan.
Había tenido que dejar la carrera cuando se casó, para poder trabajar y sostener una casa, situación que se prolongó cuando llegaron las hijas. Había sido muy difícil para él conseguir un empleo relacionado con su carrera, químico industrial, por no tener los documentos que lo avalaran, así que, decidió comprar un taxi, que no le dejaba malos rendimientos, podía sostener a sus dos hijas desahogadamente, pero tenía una esposa demasiado demandante así que se procuraba otros negocitos.

Elizabeth abordó el taxi, él preguntó:
   -¿A dónde quiere que la lleve? 
   -Al hotel, por favor, estoy cansada.
   - ¿Y se irá a encerrar tan temprano?, disculpe el atrevimiento…
   -No conozco a nadie todavía en esta ciudad.
   -Me disculpo, nuevamente, pero si gusta yo le puedo enseñar algunos lugares interesantes, esto sería como una cortesía, no haré ningún cargo extra, será un placer hacerle compañía.

Elízabeth lo pensó un momento, le parecía un poco aventurado aceptar la invitación; era un extraño, aunque había algo en él que le daba confianza y no le era para nada desagradable, todo lo contrario, y realmente deseaba distraerse un poco, conocer la ciudad donde, desde ahora, trabajaría y viviría.

Descansó un poco, tomó un baño y procedió a vestirse sencillamente, no sabía adonde la llevaría. De repente se sintió extraña al estar ansiosa porque él llegara.
Fue puntual, llegó a las ocho en punto, entró a la recepción y pidió avisaran a la Srta. Elízabeth que estaba esperándola.
El cambio en él fue admirable, ella se sorprendió. Vestía completamente diferente, se veía distinto, no como un taxista. Afuera empezaba a llover de nuevo, en realidad no era una noche como para salir.
Subieron al coche, y ella no atinó a preguntar dónde se dirigían. Esperó…

   -Te gustan las flores, ¿verdad?
   -Si, por supuesto, las rosas amarillas en especial, ¿por qué lo preguntas?
   -Soy experto en sorprender a las personas, y te tengo preparada una sorpresa que con seguridad te encantará…un cortito viaje y tendrás una vivencia que la recordarás por mucho tiempo.

Mientras conversaban, se percató que estaban saliendo de la ciudad, y no pudo aguantarse sin preguntar.

   -¿A dónde vamos?
   -No estés tan impaciente, confía en mí, ¿te es muy difícil?
   -Ummm…veo que te has propuesto hacerme una noche especial, lo cual agradezco, pero…está bien, confío en ti, el mundo está hecho para los valientes.
Al cabo de unas decenas de kilómetros salieron del camino, dirigiéndose a un angosto camino secundario…unos metros delante se veía un inmenso portón añejo… sobre el marco que lo sostenía, se distinguía un letrerito iluminado. Elízabeth logró leer: “Las Glorietas”. Se le escapó, sin querer un…
   -Ohooo…que romántico…

“Las Glorietas” era un pequeño restaurante muy íntimo, romántico. Había una chimenea y las mesitas individuales arregladas con un pequeño florero, conteniendo unas margaritas y una gardenia, un quinqué alumbraba la mesa y hacía más acogedor el lugar.

Pidieron una copa de vino tinto y ordenaron una cena ligera: salmón y ensalada. Al calor de ambiente se contaron mutuamente sus historias. Lo que Elízabeth no sabía era que la historia de él era un invento. Efectivamente trabajaba como taxista y había cursado a media una carrera universitaria, pero no era viudo ni tenía hija alguna. Era un tarambana que engatusaba a las chicas, especialmente a las que tenían posibilidades económicas, había en su haber algunas casadas a las que extorsionaba después. Elízabeth gozaba de buenos recursos por su trabajo y tenía unos padres bastante pudientes; de todo ello se enteró por boca de ella, que lentamente se relajó y relató sobre su vida…quizás más de la cuenta.
Afuera no solo seguía lloviendo, era una tremenda tormenta y hacía un frío que congelaba los huesos, por lo que él le dijo:

   - Imposible regresar a la ciudad con esta tormenta, un poco más adelante tengo una cabaña de descanso, la utilizo los fines de semana con mis hijas, te propongo que pasemos ahí la noche, no te preocupes, tiene dos habitaciones, además es viernes y mañana no tienes que ir a la oficina.

A ella le pareció buena idea y él le inspiraba confianza a pesar de apenas conocerlo. Pero, por esa cosas raras que no siempre sabemos la causa de su aparición, le vino a la mente una vivencia nada agradable ocurrida a Betty, su hermana mayor, que se dejó engatusar por un desalmado mequetrefe, que durante largo tiempo la cortejaba, y resultó ser un ávido embustero que logró despojarla de casi todos sus ahorros, con el cuento de un futuro casamiento, esfumándose, cierto día, como el viento de una brusca tempestad.

   -Mucho te agradezco, pues en verdad me agradaría aceptar tu invitación, pero siento un repentino malestar…quizás por el vino tan sabroso que tomamos, posiblemente en demasía…por lo tanto, y por favor sabe comprenderme… llévame de regreso al hotel, no lo tomes a mal… ¿sí?

Esta inesperada respuesta, la recibió Augusto como un balde de agua fría, no imaginó tal reacción de su homenajeada; creía en su fuero interno que había logrado “atraparla” en su red. Rápido y sin dudar, trató de minimizar el incidente.

   -Cuanto lo lamento…me siento un poco culpable…por lo tanto, insisto en mi propuesta de llegarnos a mi cabaña, está cerca y pronto podrías recostarte y así calmar tu indisposición, ¿no crees que es lo más conveniente?

Elizabeth, no sabía cómo zafarse de este supuesto galán…ya le está resultando un poco molesto con su oferta. Respiró hondo…

   -Quiero que me entiendas, ¡deseo volver al hotel!, y de no ser posible contigo, te pediría que hables con el mozo para que pida un taxi de la ciudad, por favor…
Augusto realmente quedó sorprendido al ver que sus tácticas de conquista no le habían surtido efecto esta vez, por lo que dijo:
    - Esta bien, no deseo que te molestes, si realmente estás indispuesta es mejor hacer lo que sugieres, te llevaré de regreso al hotel y mañana pasaré por ti puntualmente para llevarte a la oficina –

Elizabeth respiró tranquila. En realidad, el tipo le estaba atrayendo más de lo que ella desearía, pero pensó que tenía que conocerlo un poco más, porque no quería pasar por lo que su hermana había pasado y esto la hizo tomar las cosas con cierta cautela; seguiría utilizando su transporte y, tal vez, saliendo con él para conocerlo. Olvidó que hay ocasiones en que nunca se acaba de conocer a una persona.

Al siguiente día, Augusto estaba puntual en el hotel para llevarla a la oficina y, así transcurrió toda la semana, hasta que llegó el viernes.

Nuevamente, Augusto la invitó a salir. Podían ir otra vez a “Las Glorietas” ya que el lugar le había gustado tanto y, ésta vez la convencería de ir a la cabaña.
Elízabeth aceptó gustosa, sorprendiéndose de que toda la semana había esperado la llegada del viernes para que él la invitara a salir y, volver a “Las Glorietas” le entusiasmaba realmente, éste era un lugar íntimo y romántico y ella era una romántica incorregible.

Llegaron al lugar, cenaron y tomaron vino, tal vez, más de lo conveniente, ella se sentía un poco mareada, eufórica y complaciente, situación que Augusto aprovechó para llevarla a la cabaña. Esta vez llovía también, pero no tanto, así que el trayecto a la misma fue tranquilo.
Finalmente, ella conoció la cabaña y le agradó: había una chimenea, una confortable salita y una cocineta, pero una sola habitación, la otra era algo así como una pequeña biblioteca, pero no había teléfono. Recorrió la cabaña y entró a la pequeña biblioteca y, sorprendida vio que sobre una pequeña mesita había una cuerda, un cuchillo y una pistola.

   -¿Te agrada mi pequeño escondite?- preguntó el dueño casa, que estaba apoyado en la puerta detrás de ella.
   -Si, por supuesto, tiene todos los detalles necesarios para hacerlo acogedor, lo que no entiendo ¿por qué lo llamas escondite?
   -¿Te parecería mejor que lo llame refugio?

Al percatarse que Augusto se acercaba a ella, tomó la pistola y mientras jugaba con ella respondió…

   -Refugio…hummmm… ¿porqué, piensas hacer alguna fechoría?- y apuntó el arma hacia él.
   -¡CUIDADO!, está cargada…

Pero la advertencia quedó suspendida en el aire, mezclándose con el ruido del disparo.
El susto unido a la sorpresiva situación, conmovió sobremanera a la invitada. Soltó el arma, se acercó al cuerpo de Augusto desmoronado en el suelo…no atinó a tocarlo…pronunció su nombre…ninguna respuesta, ninguna señal de vida…

   -¡¡¡QUE HORROR!!!- se arrodilló frente al cuerpo inerte y comenzó a llorar…
Fue tanta la impresión que no acertaba a saber qué hacer. Le tocó la yugular y vio con desesperación que ya no había nada qué hacer. Debió llamar a la policía, pero no lo hizo. Habría muchas preguntas y no le creerían que había sido un accidente.
Empezó a caminar en la habitación pensando qué hacer. No conocía el lugar y no podría regresar en el auto de él… ¿cómo lo explicaría? 
Finalmente, decidió que enterraría el cuerpo en el pequeño jardín y caminaría hasta el pequeño restaurante,  ahí pediría un taxi para regresar a la ciudad. 
Borró con un paño todo lo que había tocado y salió decidida a caminar, no importaba cuánto. Estaba a punto de llegar al paroxismo, pero pensó que tenía que calmarse. Después de todo en la oficina no sabían que él iba a dejarla y a recogerla todos los días, nadie sabía de él.
Volvió sobre sus pasos…buscó en la pequeña cabaña algo con qué excavar; había dejado de llover y esto le facilitó hacer su tarea. Arrancó unas plantas y excavó lo más que pudo. Fue bastante difícil arrastrar el cuerpo de Augusto, pero lo hizo, regresó la tierra al foso y volvió a poner las plantas. 
Regresó a la cabaña y dejó todo como estaba.

Caminó alrededor de tres horas, la carretera era muy solitaria, no vio pasar ningún auto y eso era mejor. Estaba exhausta, despeinada y sucia, la lluvia había comenzado a caer nuevamente. Decidió caminar descalza, los tacones le molestaban. Se sorprendió de la sangre fría con la que estaba tramando todo, pero no podía permitir que se le acusara de asesinato, ¡había sido un accidente!, pero nadie le creería.

Llegó al pequeño restaurante, arregló un poco su peinado y calzó los tacones. En la entrada había un teléfono público y pudo pedir un taxi sin que nadie la viera.

Llegó a su hotel, estaba a punto de desmayarse por todo lo acontecido, tomó un calmante, se quitó la ropa que puso en una bolsa, tomó un baño y pensó que, a la mañana siguiente, la tiraría en cualquier bote de basura. 
 
Le fue imposible conciliar el sueño, todo era su mente era un torbellino de suposiciones y dudas…con seguridad la compañía de taxis, avisaría a la policía sobre la desaparición repentina de unos de sus choferes; además era muy probable que más de uno de los colegas de Augusto, supieran de la existencia de aquella casita en el bosque, y no tardarían mucho en llegarse hasta allí…y por supuesto al descubrir el coche estacionado, se abrirían una serie de probabilidades…no faltaban expertos que revisarían cada recoveco de la casa en busca de alguna pista y más que seguro que no dejarían palmo del terreno alrededor del inmueble sin inspeccionar.

Imposible dormir...se levantó…llamó al servicio para las habitaciones y pidió un café fuerte.
Debía, calmarse y tomar decisiones. Barajó una serie de salidas posibles…una más descabellada que la otra, ella misma se asombró de su imaginación… entre las cuales no descartó una sencilla y rápida, presentarse en la policía y relatar lo ocurrido…

Llegó la mañana, ya tenía su equipaje listo, y la decisión tomada.
Se presentaría en la oficina y explicaría que había una urgencia familiar, por lo que tendría que viajar a su lugar de origen, solicitaría una licencia de algunos días y vería cómo se las arreglaría para renunciar al puesto y que la reintegraran a su puesto anterior. No era fácil dar explicaciones, había luchado mucho por obtener el puesto.

Tomó el vuelo de regreso y, al llegar, su nerviosismo era tal que creía enloquecer y tuvo que tomar un calmante para poder presentarse a la oficina a los dos días, ya más calmada. Su explicación fue tan banal y sin embargo le creyeron; Tenía un problema familiar y a eso se agregaba que no se acostumbraba a la ciudad y prefería seguir en el antiguo puesto. Era un elemento valioso, por lo que, no tuvo problemas para que la reinstalaran. La idea de presentarse ante las autoridades desapareció de sus planes.

Los siguientes días fueron terribles, consiguió periódicos del lugar donde sucedió todo y vio que no habían publicado nada del crimen todavía, era demasiado pronto.

La compañía de taxis para la que trabajaba Augusto, efectivamente, reportó su desaparición y empezaron las investigaciones. 

Elízabeth olvidó que la compañía de taxis llevaba un récord de los pasajeros que Augusto, como otros chóferes, hacía y, además, aparecieron las huellas de ella en el auto de él.

Pasó una larga semana. No fue fácil reincorporarse  a su anterior empleo, estuvo obligada a ocupar horas extras para ponerse al tanto de las novedades y cambios ocurridos en su ausencia; al punto tal que los días empezaban y terminaban, y ni tiempo de pensar en “el asunto”, así decidió llamarlo.

A mitad de la segunda semana de su vuelta, recibió la visita en su oficina de dos detectives de la Policía Federal. Presentaron sus credenciales y solicitaron, de ser posible, conversar con ella sobre su estadía en el Hotel Palamira Centrun, en la ciudad Cabo Norte; agregaron que ya habían conversado con el Jefe de Personal de la empresa…quien les había confirmado sobre su traslado a aquella ciudad y la corta duración de su trabajo en la sucursal.

No obstante la reunión fue imprevista, tomándola de sorpresa, supo mantenerse callada, sin emitir vocablo alguno, hasta que quedaron flotando una serie de preguntas que los avezados profesionales arrojaron al aire, aguardando sus respuestas.

Más tarde, una vez finalizado aquel primer encuentro, aun no supo explicarse de donde consiguió esa frialdad que la mantuvo tiesa como un experto jugador de póquer.

Con  voz pausada, firme y sin titubear, relato a grandes rasgos su estadía en aquella ciudad; evitó responder a las preguntas directamente, para no entrar en un simple interrogatorio, pues temía una confrontación; lo que sí, no escatimó agregar algunos pequeños detalles, pero sin darles demasiada importancia, como donde compraba los alimentos, en que bar se reunía con sus colegas a tomar una copa después del trabajo, y también comentó que había hecho un arreglo con un chofer de taxi, para que la lleve desde el hotel hasta la oficina, ida y vuelta. En una palabra, trató de cubrir todos puntos, y así lo creyó.

Como lo había supuesto, los policías, quedaron aparentemente satisfechos, dieron por terminada la reunión, se despidieron y abandonaron la oficina.

Dos días después, a horas tempranas, unos golpes en la puerta de entrada de su casa, la despertaron sobresaltada…se puso un abrigo y llegó hasta la puerta…al abrirla se encontró con los dos detectives que la interrogaron en su oficina, acompañados con dos mujeres policías, quienes se acercaron a ella y sin ninguna clase de preámbulo, le informaron que tenían orden de arrestarla, acusada de asesinato. La escoltaron hasta el dormitorio, aguardaron que se vista, y le permitieron llevar un pequeño bolso con sus efectos personales y algunas prendas.

Aquella nefasta mañana, ocurrida hace ya más de tres años, hoy mirando el río que pasaba cerca de la cárcel donde cumplía la sentencia de ochos largos años, le vino a la mente esa pregunta que volvía y volvía…¿en qué se había equivocado?

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Autores
ESTELA RUBIO ZAMUDIO (México)
BETO BROM (Israel)

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*Registrado/Safecreative N°1805267189142
*Imagen de la Web c/texto anexado


viernes, 4 de mayo de 2018

AMIGOS EN LA ADVERSIDAD




Capítulo I


Salió de su casa tempranito en la mañana como era su costumbre, no obstante ya no era necesario pues había dejado de trabajar. No recordaba con certeza si habían pasado dos, tres o tal vez cinco años desde que el nefasto suceso interrumpió su delicada y secreta ocupación. De solo pensarlo, recibía unas ganas locas de gritar, pero se contenía, era un hombre que sabía guardar en su interior aquella ingrata vivencia, de la cual no fue culpable, y se le acreditó la culpa por ser como era: callado, juicioso, ajeno a las discusiones... sufrió solo el fallo dictaminado, más de uno de sus colegas, sabiendo la verdad, callaron por miedo a perder sus puestos.
Era un amanecer agradable, lo tomó como una invitación y empezó su caminata... deseaba reunir fuerzas, llenar sus baterías; el día era propicio para encontrarse con su amigo de toda la vida, aquél que desde la infancia había sido su confidente.
Decidió cambiar de recorrido y no cruzar la placita del barrio para ir a la cafetería de siempre; ya había tomado un desayuno frugal preparado por María, su empleada doméstica.
A Julio le encantaba aspirar el aroma que se desprendía de los arbustos, en especial en proximidad de la primavera, pero esta vez tenía otro propósito: encontrarse con Ariel. Necesitaba hacer algo para descargar las tensiones acumuladas en esos años de haberse mordido la lengua, y su amigo era profesor de kick boxing.

Ariel confiaba en él y sabía que alguien tan responsable y meticuloso como Julio no pudo haber cometido semejante error en la entrega de los sobres. Sus pesquisas como investigador privado habían arrojado óptimos resultados; su trabajo era considerado impecable y de primer nivel.
Era factible que algún envidioso de su exitosa carrera haya querido perjudicarlo intercambiando a sus espaldas los sobres que contenían los datos de dos investigaciones diferentes, y ello trajo como consecuencia una muerte y la ruptura de un matrimonio feliz.

El encuentro fue en la casa-oficina de su amigo. Luego de los saludos acostumbrados, Julio escuchó hasta los mínimos detalles el resultado de la pesquisa que, como le fue anticipado por teléfono, confirmaba el preparado complot del que había sido acreedor.

    -¿Qué me aconsejas?, preguntó, no obstante sabía la respuesta que escucharía.
    -No soy de dar consejos, está fuera de mis límites, lamento… pero lo que sí considero en forma urgente es que dejes de preocuparte, y esto lo digo ya como amigo. – le respondió Ariel.

    -Te escucho y no termino de comprender; me relatas en forma clara y concisa que fui víctima de un maquiavélico plan para “limpiarme”, es decir sacarme del medio, en la jerga del servicio. Mi colega de equipo, Mauricio, murió atropellado y no se encontró al causante del macabro accidente, aunque trascendió en los medios periodísticos que fue un delito premeditado, sin dar cuenta ni detalles sobre la ocupación de la víctima. Además está lo de mi matrimonio con Elena, que tuvo un final inesperado luego de cinco años, pues quedé considerado como un traidor, falto de escrúpulos, que vendí mi reputación por la vil moneda…y por si esto fuera poco… tú, mi mejor amigo, ¿me dices que no debo preocuparme? – continuó diciendo Julio, desconcertado ante lo expresado por el otro.

    -Tranquilízate, amigo, reserva esa energía para poner en marcha el plan que tengo en mente. Estuve investigando durante mucho tiempo sobre lo acontecido hace cinco años; evité comentártelo para no generarte falsas expectativas, pero ahora que poseo pruebas suficientes para esclarecer el caso es hora de reabrirlo – explicó Ariel, dejando aún más sorprendido a Julio

    -Creí que quien tenía habilidad como investigador privado era yo y que tu ocupación era ayudar a la gente a mantenerse en forma y a capacitarse en la defensa personal. A propósito de eso, pensaba requerir tus servicios como preparador físico y, a la vez, disponer de tu gimnasio para descargar tensiones. – concluyó Julio.

    -No hay problema, Julio, una cosa no invalida la otra. Las puertas de mi gimnasio están abiertas para ti, claro que no seré yo quien te prepare físicamente… en estos momentos me dedico a otros menesteres; contraté personal idóneo en la materia, ya verás... Y ahora solicitaré a Ofelia, mi asistente, que nos prepare algo para picar. Mientras tanto ponte cómodo, si lo prefieres recuéstate en el sofá que está frente al televisor. Apenas nos haya traído el refrigerio le pediré que no me pase llamados y se abstenga de molestarnos por ningún motivo. Tuve la precaución de hacer revestir las paredes y la puerta de esta oficina con material aislante de sonidos, de modo que nadie se enterará de lo que tengo para mostrarte – siguió explicando Ariel, que cada vez desconcertaba más a su amigo

-Me tienes sumamente intrigado; estoy en ascuas… habla de una vez ¿De qué se trata ese plan? – se apuró a decir Julio, que no podía disimular su ansiedad

Ofelia ingresó con una bandeja conteniendo una jarra llena de clericó, dos vasos altos y platillos con ingredientes, los que depositó sobre una mesa ratona. Luego de escuchar las recomendaciones de su jefe, hizo una leve inclinación de cabeza en señal de haber comprendido y se retiró.

A continuación Ariel se dirigió hacia la pared ubicada detrás de su escritorio y apoyó su mano derecha sobre el marco de un cuadro allí colgado. De inmediato éste se deslizó hacia la izquierda, dejando boquiabierto a Julio.
Detrás de esa pintura había una caja fuerte, que Ariel procedió a abrir digitando los números de la clave secreta sobre un diminuto teclado.
El profesor de kick boxing tomó algo de allí adentro y luego dijo:

    -Este video estaba en posesión de Karina, la hermana de Mauricio. Él sospechaba que atentarían contra su vida y tomó la precaución de dejar una grabación donde explica quiénes estuvieron detrás del cambio de sobres que originó tu despido. Me costó mucho convencerla de que me lo entregue, ella tuvo mucho miedo de dárselo a la policía. Días después se tomó un avión y se fue del país para no regresar.

Ariel colocó el video en el dvd y ambos hicieron silencio para poner atención a las palabras del difunto Mauricio.

La voz pausada -casi monótona de su fiel colega, que tanto extrañaba- llenó la sala; al escucharla no pudo dejar de estremecerse, le traía a la memoria recuerdos y vivencias de quien ahora relataba con mínimos detalles cómo fue desarrollado el que podría catalogarse como fabuloso ardid: cambio de sobres. Todo fue calculado: la hora de la entrega, el lugar, y hasta el día propicio… la mente analítica de Celestina, la “number one” de la organización, la convirtió en la encargada de poner en marcha la maniobra.

Mientras escuchaba, Julio no creía lo que resonaba en sus oídos… al terminar la grabación quedó exhausto, no atinó a decir palabra alguna, aquello era enigmático e incoherente.

Ariel comprendió la situación creada; en un primer momento temió que su actitud fuera equivocada, aquella revelación fue un golpe demasiado bajo, apreciaba a su amigo y le preocupaba su posible reacción.

    -Lamento haberte puesto frente a las evidencias, aquello ya pasó, apóyate en mí… sabes que estoy de tu lado, vive el presente, todo fue una vil tramoya, la vida continua… ¿me escuchas?

Pero tales frases quedaron flotando en el aire… Julio parecía poseído por una fuerza interior incontrolable y salió como un bólido de la casa de su amigo, sin siquiera despedirse… subió a su coche y partió con dirección desconocida.
Según lo expresado por Mauricio en el video, se había tratado de un complot entre Celestina -que fuera la primera esposa de Julio- y Gonzalo, uno de los detectives privados del mismo estudio donde trabajaban él y Julio.

Celestina nunca perdonó que su marido se divorciara de ella para casarse con Elena y buscó durante años la manera de vengarse de él, hasta que se le ocurrió que Gonzalo podría ser un buen medio para lograr su cometido.

Este último no necesitó demasiados argumentos para decidirse a ayudar a la dama, pues Julio le había arrebatado los mejores casos de investigación merced a su brillante desempeño en el estudio, motivo por el cual debieron contratar a un detective novato para que le ayudara a cubrir la creciente demanda.

Así fue como Mauricio se incorporó a la empresa y desde entonces se convirtió en su inseparable compañero. Él y Julio siempre estaban tan concentrados en su tarea que no advirtieron la maniobra que se estaba gestando a sus espaldas.



Capítulo II


Casi anochecía aquella jornada en que el competente dúo de inspectores regresaba a la oficina. Se hallaban exhaustos después de haber realizado la investigación de dos casos de mucha relevancia.
Considerando lo avanzado de la hora creyeron que no quedaba nadie en el estudio y fueron al baño a refrescarse la cara; antes, dejaron los sobres con la información de sus pesquisas arriba del escritorio.

Pero no estaban solos…

Oculto entre las sombras estaba Gonzalo, quien no había perdido detalle de lo actuado por sus colegas gracias a los micrófonos colocados por gente contratada a tal efecto en sitios estratégicos; éste se apresuró a cambiar los sobres por otros idénticos, aunque con diferente contenido, confiando que su plan jamás sería descubierto, pero había dejado un cabo suelto…

Cuando los detectives regresaron del baño, Gonzalo ya se había ido.

Mauricio guardó los sobres bajo llave en un cajón y luego se retiró junto a su colega, quien debió ausentarse del estudio durante un tiempo por motivos personales.

Al día siguiente Mauricio se presentó a primera hora dispuesto a cubrir con eficiencia la ausencia de su compañero. Se ocupó de entregar la documentación guardada bajo llave la noche anterior a sus respectivos destinatarios, sin revisarla primero, ya que no consideró necesario hacerlo.

Esa mañana Morgan –supervisor de la cámara que registraba ingresos y egresos del inmueble- lo saludó como siempre y le hizo un comentario, cuya última palabra dejó pensando a Mauricio, quien más adelante decidió investigar al respecto.

    -Buenos días, señor. Se nota que había mucho trabajo el día de ayer, los vi retirarse muy tarde. La jefa debería aumentarles los honorarios a ustedes tres.

    -Creo que te equivocas Morgan, fuimos sólo dos, Julio y yo, parece que estabas medio dormido, ja, ja, ja…

    -No se trata de lo que creo, sino de lo que muestran las cámaras, ¿las quiere ver?

Por supuesto que aceptó la propuesta; y ahí descubrió, con mucho asombro, al autor del cambio de los sobres. Horas después trató de ubicar a Gonzalo. No lo consiguió y entonces le dejó una nota en su escritorio, invitándolo a encontrarse esa misma tarde en el bar de enfrente de la oficina. La mencionada cita nunca se concretó; Mauricio fue atropellado y herido mortalmente por un coche que viajaba a gran velocidad cuando se dirigía al bar.

Por fortuna, antes de su deceso tuvo la suficiente lucidez como para tomar recaudos, que luego ayudaron a esclarecer su asesinato.

Julio decidió vengarse. No tenía nada que perder, se había quedado solo… las nuevas noticias habían puesto al descubierto toda la maniobra que le arruinó la vida.

Fueron requeridos varios días de vigilancia, mucha paciencia y dedicación, para estudiar los movimientos de Celestina y de Gonzalo, hasta que en el atardecer de un día lluvioso decidió llevar a cabo su plan.

Una llamada telefónica del “zorro”, un ex-convicto que ahora recibía pago por dar “datos” al servicio, accedió ganarse una remuneración extra de manos de Julio, informando de un supuesto encuentro de dos grandes de la mafia local en un galpón abandonado cerca del puerto.

Celestina picó el anzuelo… ella, Gonzalo y otros dos colegas llegaron cerca del lugar del supuesto encuentro y se apostaron a esperar…

En honor a la verdad, Ariel –el fiel amigo de Julio- había tenido bastante que ver con el plan. De hecho, el apodado “zorro” era pariente de uno de los tantos asistentes a su gimnasio de kick boxing.

Ariel, que había mantenido un profundo intercambio con Karina -la hermana del difunto Mauricio- el día que ésta le entregó el video, supo por ella de la peligrosidad de quienes estaban en el entorno de Gonzalo y Celestina.

La chica había tenido que mudarse de casa luego de la muerte de su hermano, por haber recibido amenazas. Ella vivió asustada de allí en más y, luego de haberlo meditado, decidió entregar el video a alguien que tuviera alguna conexión con su hermano, aunque no muy directa, ya que no deseaba cruzarse con ninguno de esos maleantes. Y Ariel era perfecto para el caso. Después ella se marchó del país.

Se trataba de gente pesada, había que echarse encima de ellos con astucia y no se podía confiar ciegamente en la policía, ya que Gonzalo y Celestina podrían tener contactos influyentes allí adentro y salir impunes.

Era preciso darles una cucharada de su propio chocolate…

Entonces Ariel se valió de la información, que oportunamente le brindara Karina sobre Gonzalo, y aconsejó a Julio utilizar a la familia del mencionado para presionarlo a confesar su crimen.

En esa tarde lluviosa ambos llegaron al puerto a bordo del auto de Julio y se estacionaron a considerable distancia del lugar donde estaban Celestina y Gonzalo. Entretanto, cuatro fornidos atletas con amplio dominio de boxeo y diversas artes marciales los aguardaban adentro del galpón. Y otros cuatro individuos, no menos preparados que los anteriores y provistos de armas de fuego, mantenían como rehenes a la esposa e hijos de Gonzalo, por si algo salía mal en el puerto.

Contar con un amigo profesor de kick boxing fue de gran ayuda para Julio. La resolución del asunto requería habilidad y fuerza, además de una apariencia intimidatoria, algo que poseían de sobra quienes asistían al gimnasio de Ariel.

    -No estoy seguro de que estemos haciendo lo correcto. No tendríamos que haber involucrado a la familia de Gonzalo, hay menores de edad – dijo Julio sin ocultar su preocupación antes de acudir al encuentro de los otros.

    -Tranquilo, amigo, es sólo un recurso para presionarlo a que confiese; él es de carácter más débil que Celestina y no dudará en entregarse a las autoridades cuando sepa que su familia corre peligro. De ningún modo es mi intención que alguien salga lastimado, pero es necesario contar con un plan B por si el primero no da resultado – respondió Ariel para tranquilizarlo.

    -Un plan B, ¿en qué pensaste?, tengo mis dudas…no quiero involucrarte en demasía, no me siento tranquilo al ver cómo te estás complicando la vida, ya es suficiente con la mía. – expresó Julio con visible temor

    -Vamos hombre, no te me achiques ahora, ten en cuenta que son varias las personas que están implicadas en este ardid, y todos me deben favores. Escucha lo que haremos si falla el plan original… - sostuvo Ariel para convencerlo

Y como si se tratara de una maniobra militar, detalló los pormenores del plan auxiliar a un Julio, cuyos nervios le estaban haciendo pasar momentos que tardaría mucho tiempo en olvidar.

Pese a la habilidad deportiva de los amigos de Ariel, los cómplices de Gonzalo y Celestina estaban armados, por ende no bastó con los puños de los primeros para someterlos.

Fue preciso que Ariel sacara el as de su manga y le pidiera a Gonzalo que se comunicara con su esposa. Este último creyó que se trataba de una artimaña para distraerlo y entonces Julio lo convenció sobre la conveniencia de realizar el llamado.

    -Yo en tu lugar haría ese llamado, si es que de verdad aprecias a tu familia, claro – dijo con sorna

Al escuchar esto Gonzalo tomó su teléfono y se comunicó con su esposa, pero no fue ella quien lo atendió.

    -Tu querida esposa no está en condiciones de atenderte, retiraré su mordaza durante unos segundos para que puedas escuchar su voz y luego seguirás tratando conmigo – dijo una voz masculina en tono amenazante

Gonzalo quedó petrificado al oír los gritos de su mujer suplicándole que obedeciera las órdenes de esos hombres, o de lo contrario ella y los niños perderían la vida.

    -Ya la oíste, ahora vas a hacer lo que se te indique. Aquí quedamos cuatro hombres custodiando a tu familia a la espera de una señal de Julio o Ariel para proceder en consecuencia – concluyó el sujeto armado y luego cortó

El “zorro” poseía ciertos contactos en el puerto y supo de un buque de carga que llegaba para reabastecerse de combustible; entre su tripulación había ex convictos que tiempo atrás habían compartido celda con él. Se ocupó entonces de servir de intermediario entre estos y Ariel para llevar a cabo la operación.

Gonzalo y Celestina fueron ingresados a bordo del barco adentro de un contenedor como si se tratara de una carga. El objetivo era trasladarlos a un país cualquiera de Asia Occidental y dejarlos librados a su suerte.

Todo resultó como fue planeado.

No quedaron huellas de lo acontecido en aquel solitario galpón; es más, nadie investigó sobre la desaparición de Celestina, y menos de Gonzalo. Ella era un personaje solitario, nadie supo nunca su paradero, ni tampoco se le conocían familiares o amigos.

En cuanto a su compinche de fechorías, la familia recibió una compensación monetaria de parte de Ariel hasta que lograran salir adelante, además de explícitas explicaciones y sugerencias con respecto a mantener el silencio, pues ello les aseguraría su futuro.

Finalmente Julio accedió a tomar clases de kick boxing con su amigo y luego colaboró con él para retribuirle los servicios prestados.

Y Ariel se anotó en un curso intensivo de investigador privado, ya que haber contribuido en el esclarecimiento del homicidio de Mauricio le incentivó el deseo de convertirse en detective; de allí en más él y Julio formaron una exitosa sociedad.


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Autores

Laura Camus (Argentina)

Beto Brom (Israel)


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*Registrado/Safecreative N°1804206623532

*Imagen de la Web c/texto anexado

*Música de fondo: Thomas Newman/Road to Perdition




martes, 1 de mayo de 2018

NO SE APAGA LA LLAMA



Manuel entró en el restaurante empapado por la lluvia que abatía fuerte en la primaveral noche Ovetense. Sintió el golpe de calor nada más entrar en el local, abarrotado de gente. El ambiente era alegre y ensordecedor. Avanzaba entre la gente a duras penas hasta el fondo, donde sabía se ubicaban sus antiguos colegas de trabajo. Estaba ansioso por verlos, por verla.

Habían pasado diez años. Cada uno de ellos tomó caminos distintos, en lo laboral y en lo personal. Sofía al igual que él, abandonó Asturias para irse a otra ciudad. Pero a diferencia de él, ella no salió del país, sino que se trasladó a Madrid, la capital, dónde se había instalado con su flamante marido. Actualmente trabajaba en una multinacional del sector textil. Nada que ver con el trabajo desempeñado cuando formaban parte del mismo equipo.

Manuel alcanzó por fin el grupo. Se hallaban todos al final de la barra, cada uno de ellos con un vaso de sidra en la mano, sus ojos brillaban y sus caras eran el vivo reflejo de la felicidad, acaso un algo embriagada. Todos corearon su nombre al unísono, le abrazaron, besaron y sin darle tiempo ni siquiera a quitarse la cazadora mojada, le colocaron el vaso en la mano, iniciando un agotador interrogatorio sobre su consabida y aventurera vida, pues era el único que vagaba de país en país, de ciudad en ciudad, como alma mercenaria al servicio de una de las constructoras de más peso a nivel internacional. Para ellos, él era un valiente, inconsciente y un ser independiente, ávido de aventuras que había viajado por medio mundo…esta noche podría contarles muchas historias de Perú, desde dónde había viajado para verlos.

Estaba emocionado al punto de sentir reciamente el nudo en la garganta, clavó sus ojos en ella…sintió el golpe al corazón. Esa maldita sensación que renació de nuevo, en un instante, en un segundo.

A semejanza de una ráfaga de aire caliente, pensamientos de vivencias junto a ella, abarrotaron todos sus sentidos; le costó expresar un pequeño balbuceo hasta lograr, con pocas palabras, agradecer tal muestra de entusiasmo y cariño de sus viejos y queridos amigos de aquella época, que aunque remota, hoy parecería que fuese ayer.

Sofía lo miró directamente a los ojos…corrió su cuerpo hacia un costado, insinuando un lugarcito a su lado…Manuel captó en la mirada la invitación y sin dudarlo se acomodó junto a ella; levantó su copa y con esa autoritaria voz que siempre llamaba la atención de quienes lo rodeaban… ¡Brindo por nuestra amistad, forjada por años y por un deseo de que continuemos conservándola! ¡¡¡SALUD!!!

Todos levantaron sus vasos brindando…la algarabía contagió a los demás comensales, fueron unos momentos inolvidables.

Los platos y las bebidas continuaron, anécdotas fueron compartidas, fotos cambiaron de mano en mano, risas y risas, llenaron de júbilo aquella mesa, aquel reencuentro.

Dentro de aquel bullicio, Sofía le susurró…

    -Estaba en duda de que vendrías, pues sabía por boca de nuestro amigo Mauro, él y yo somos vecinos ya lo sabes, que te encontrabas en Perú, y sin embargo nos diste esta tan agradable visita.

     -No podía faltar a este tan especial encuentro con todos mis amigos, y confieso, albergaba fuertes deseos de verte Sofi…

    -Hace mucho tiempo que nadie me llamaba así, sabes que nunca me gustaron los diminutivos, pero tú siempre buscaste chincharme, era algo inevitable en ti, …y parece que no se te ha olvidado…no has cambiado mucho en estos diez años.

Sofía le hablaba con evidente brillo en la mirada y sonrisa contenida. Su rostro sonrosado no era solo efecto del vino, sentía su efecto embriagador. Estaba encantada de que se hubiera producido ese encuentro, aun así forzaba indiferencia, solo en la medida que le era posible.

    -Todos están alegres y emocionados, no te hagas problema, ninguno de ellos se ha percatado de mi forma de llamarte, no prestan demasiada atención. Y eso es lo que me gusta, que sigue siendo "mi" forma de llamarte…Sofi, dime, ¿viniste sola hasta aquí?

La luz tenue, la lluvia tras el cristal, el calor resultado de la aglomeración de la gente…la música de saxo de fondo de Fausto Papetti…el ambiente no ayudaba a rebajar la excitación del momento, la alegría de verse, la ternura en sus tonos al hablarse, el ansia de no separarse…Y ambos eran conscientes de que no era más que un instante, ese instante, en que la vida, sonriéndoles, los había vuelto a situar en un mismo punto, en un mismo lugar, y que como en el cuento de Cenicienta, al terminar la cena, volverían a separarse.

    -He llegado esta mañana a Oviedo; ya sabes que vivo en Madrid…vivimos, mi marido y yo. Dormiré en la casa de mis padres y mañana temprano me iré.

Sofía contemplaba su rostro, sus gestos, sus ojos claros y hasta el movimiento continuo de sus largas y rojizas pestañas. Como apartados dentro del mágico círculo, sus amigos los habían relegado intencionadamente, de manera cómplice, pues todos conocían de aquella mutua atracción entre dos almas tan parecidas en tantas cosas.

Manuel sentía su ritmo cardíaco acelerado, casi podía oírlo, contenía la respiración mientras, inmóvil, era incapaz de dejar de mirarla. Le encantaba como se le desparramaba el pelo sobre sus hombros y, por momentos, ocultaba parte de su cara, que ella tímidamente apartaba. Su dulce voz que contrastaba con una actitud a la defensiva. Un sentimiento indómito le hacía anhelarla, desear abrazarla, oprimirla contra su cuerpo…pero las circunstancias no propiciaban materializar tan simple sueño.

    -Por favor, no me hables de tu marido; esta noche no. ¿Por qué dejaste de escribirme?

    -Sofía miró al suelo; que extraña sensación de alegría y melancolía se conjugaban en su interior. Levantó la vista y se encogió de hombros. Miró a su alrededor…

    -¡Qué sé yo! El tiempo, la distancia, nuevas gentes, nueva vida, tú tan lejos, las relaciones se enfrían, ¿ya lo sabes no? ¿Acaso nos has escrito tú? Escribes a menudo a Mauro, ¿No verdad? Eres un ser de espíritu desarraigado, acostumbrado a viajar, cambiar de entorno, empezar de cero en cada cambio, y en el fondo, aunque sea duro y la soledad en ocasiones te venza, eso, esa sensación de libertad y de lejanía te encanta…no lo niegues, y te entiendo tanto…una parte de mí es así, y tú lo sabes. Necesitamos sentir que la Tierra, de verdad, se mueve, ¡gira!

La escuchaba y sus pensamientos vagaban… sin desearlo retornaban al pasado, aquel pasado que hoy le resultaba presente, y lo disfrutaba… no permitiría perderla otra vez, no y no…

    -Pues entonces no perturbemos su girar…mi querida Sofi, homologuemos nuestro andar con ella, compartiendo y dejándonos llevar donde el destino decida… ¿te animas a escuchar, y por lo tanto responder con un rotundo ¡SI! al pedido de tu corazón?

A pesar del gélido tiempo el fluir sanguíneo aumentó la temperatura de sus cuerpos. Y un algo invisible, una fuerza irresistible los acercaba, aproximando sus rostros tan cerca, tan cerca que…

............

Madrid, 06 de febrero de 2012, 06.30h

Sofía estiró sus piernas de un lado a otro de la cama, como hacía siempre que su detestable despertador la interrumpía de su dormidera. Mientras se desperezaba y pestañeaba se dio cuenta de que su corazón latía fuertemente. Y todas las imágenes de aquel sueño que la había acompañado en su agitada noche cruzaron veloces su mente…sí…era él, en aquel bar de Oviedo, Manuel…

Sonrió para sí: “¿Pero a cuento de qué habría soñado con Manuel?, hacía tiempo que no sabía apenas de él”. Ya sentada en la cama, descalza sintiendo el frío de la mañana no pudo evitar retrotraerse en el tiempo a aquellos días cuando trabajaban juntos, sus risas, discusiones por ideas encontradas y alguna mirada y roce, si…una llama tan precaria como sempiterna. Y lo sabía como pocas veces sabe una cuándo el hombre que tienes delante te provoca una sonrisa con solo una mirada. ¡La maldita chispa!

    -“Cariño, hoy tengo tiempo. Si terminas pronto de arreglarte te acerco a tu oficina” - Pedro entró en la habitación y le dio un beso tierno en los labios, le acarició la mejilla – ¡Guapa!

Ella se estremeció, incluso casi se sintió mal al pensar en lo inmensamente afortunada por tener el marido que le había tocado en suerte. Sí…Manuel era un aventurero, y en cambio Pedro siempre tan previsible y constante, lo que le aportaba algo muy importante: un amor sereno y seguro, sin sorpresas pero también sin tempestades.

Se levantó y lo abrazó fuertemente como no queriendo perderlo nunca, nunca.

Madrid, 06 de febrero de 2012, 16.00h

Entre papeles y mil historias, todas desordenadas, Sofía intentaba encontrar su móvil que no dejaba de sonar. ¿Dónde diantres lo había puesto? En esa mesa desbordada nunca encontraría ese maldito aparato electrónico que tanto ayudaba a desconcentrarla en su trabajo. Por fin dio con él y pudo descolgar:

    -¿Diga?

    -¿Sofi?

    -Sí, soy yo, diga…

    -Hola rebelde y adorable amiga, sé por Mauro que andas muy ocupada y ya adaptada a la salvaje ciudad, ¿qué tal te trata la vida? ¡Qué alegría oír tu dulce (y mansa) voz! Estoy en Madrid, he venido sólo un par de días… ¿le concederías a este pobre nómada un café o una cena si se tercia? Si es que me reconoces claro…soy Manuel y esta vez no aceptaré un no por respuesta, ¡esta vez no!


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Autores

M. Sonia Fernández Álvarez-María del poniente- (España)

Beto Brom (Israel)


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*Registrado/Safecreative N°1804166584447

*Imagen de la Web c/texto anexado

*Música de fondo: Capricho árabe bay F.Tárrega/Isabel Martinez-guitarra