sábado, 26 de mayo de 2018

EL TIEMPO FUE CULPABLE




Dicen los entendidos, que las relaciones entre una mujer y un hombre son consecuencia de un posible encuentro fortuito.
Así también pensó Augusto, al día siguiente que encontró buscando taxi, a la salida de la estación de tren, a Elizabeth.

Era una tarde gris, el frio era cortante, la temperatura varios grados bajo cero, y ella al punto de la desesperación…no se veía un vehículo de alquiler ni por casualidad. Caminaba de aquí para allí, sin saber que hacer…

   -Perdóneme señorita, veo que los nervios la están consumiendo, entiendo que está buscando un taxi ¿verdad?
   -Si, por supuesto, usted es taxista me imagino…
   -No se equivoca, mi coche está unos metros más adelante, con gusto la llevaré donde necesite, ¿a qué hotel la llevo?
   -Al Palamira Centrun, y mucho se lo agradeceré.
   -No hay problema, deje que la ayude con su valija….sígame…

Elizabeth le entregó el equipaje y lo siguió unos veinte metros hasta donde estaba estacionado el coche. Llegaron… se acomodó en el asiento, y el chofer comenzó a viajar rumbo al hotel requerido.
El taxista era un hombre relativamente joven, de buen porte y, extremadamente educado, no parecía ser un taxista.
Llegaron al hotel mencionado y le ayudó a bajar su equipaje para que el maletero lo llevara a la recepción de éste.
Augusto no pudo evitar sentirse atraído por Elízabeth. Ella era una mujer que frisaba los treinta. No era precisamente una mujer bella, pero era bastante atractiva. Tenía unos hermosos ojos color miel con una mirada inteligente, sus cabellos eran castaños y también tenía una bella sonrisa.
Elízabeth pagó su servicio y él le dijo…

   -Si desea transporte para mañana le dejo mi tarjeta y yo estaré aquí para llevarla donde deseé.

Ella aceptó gustosa el ofrecimiento, le atraía la idea de volver a verlo.

Ella era una mujer de buenos modales, educada, con una profesión y bien establecida en una empresa transnacional, con poco tiempo para tener una relación sentimental… lo que le importaba por el momento era su trabajo y la empresa para la que trabajaba, más ahora que le habían ofrecido un puesto importante en esa ciudad.

Por su parte, Augusto era un hombre con pasado; hacía un tiempo que había enviudado, tenía dos hijas y se le conocía como un conquistador, a pesar de su apariencia tranquila, éste era el perfil con el cual él navegaba.

 Al recibir la llave de la habitación que le fue asignada, una amplia sonrisa apareció en su rostro, la N° 11, su número de suerte. Ya acomodada, y después de un reconfortante baño, requirió el servicio de envío a las habitaciones, un par de emparedados acompañados de un refrescante té verde caliente, fueron más que suficientes para llevarla a la cama, y descansar hasta la mañana siguiente.

Tendría un agitado día por delante; bajó, tomó un cargado café negro mientras llamaba por el celular al número del taxista que figuraba en la tarjeta recibida la noche anterior.
   -En escasos diez minutos la esperaré en la puerta del hotel, señorita.

Cuando salió del hotel, su amable y servicial taxista ya estaba aguardando.

   -Buenos días, contenta de verlo nuevamente.
   -Buen día, señorita, ¿dónde la llevo?
   -A Publicaciones Internacionales, ¿sabe dónde se encuentra el edificio?...
   -Sí, por supuesto, estuve varias veces por allí, con seguridad tendrá que hacer trámites…
   -No, nada de eso, hoy empiezo a trabajar allí, veremos cómo resulta.
   -Ohhh…que alegría, ¿es por ello que la noto un poco nerviosa?....perdón…no quise ser molesto, perdón…
   -No ha sido ninguna molestia, menos mal que me lo dice…trataré de calmarme, ni que fuera una joven colegiala en su primer día de clase, ja,ja,ja…
   -No estamos lejos, unos escasos quince minutos y llegamos, póngase cómoda…

Llegaron. Se despidió del chofer, y caminó hacia la entrada del imponente edificio, que en nada ayudó para calmarla, muy por el contrario. Ya se me pasará, se dijo para sus adentros.

Fue muy bien recibida; no pudo salir de su asombro al saber que ya estaba preparada la que sería su futura oficina, amplia, llena de luz, pero un poco fría y nada acogedora; pensó que con el tiempo la iría adornando a su gusto. La mayor parte del día, lo ocupó en conocer las diferentes dependencias, a su secretaria, una agradable señora, y los distintos colaboradores; su jefe, muy cordialmente, la invitó a participar en una reunión con la plana mayor de la empresa local, quienes serían sus colegas con los cuales compartiría sus días de trabajo en lo sucesivo.

A media tarde, un poco cansada con el trajín de los papeleríos burocráticos, decidió dar por terminado el día; uno de sus nuevos compañeros, el de la oficina vecina, ofreció llevarla en su coche al hotel, pero en forma amable rechazó la propuesta, insinuando que debería hacer unas compras necesarias. Llamó a su taxi, y concretó que la pasara a buscar a la brevedad posible.

Augusto llegó más rápido que pronto, le encantó y era conveniente seguir viendo a Elízabeth y pensó, creo que me está interesando más de lo debido, pero no debo dejarme llevar por los sentimientos. Ella es una mujer de negocios y yo, se supone, un simple taxista.
En realidad, él tenía una carrera universitaria sin terminar, no era un ignorante, tenía preparación y cultura, además de sus dotes de Don Juan.
Había tenido que dejar la carrera cuando se casó, para poder trabajar y sostener una casa, situación que se prolongó cuando llegaron las hijas. Había sido muy difícil para él conseguir un empleo relacionado con su carrera, químico industrial, por no tener los documentos que lo avalaran, así que, decidió comprar un taxi, que no le dejaba malos rendimientos, podía sostener a sus dos hijas desahogadamente, pero tenía una esposa demasiado demandante así que se procuraba otros negocitos.

Elizabeth abordó el taxi, él preguntó:
   -¿A dónde quiere que la lleve? 
   -Al hotel, por favor, estoy cansada.
   - ¿Y se irá a encerrar tan temprano?, disculpe el atrevimiento…
   -No conozco a nadie todavía en esta ciudad.
   -Me disculpo, nuevamente, pero si gusta yo le puedo enseñar algunos lugares interesantes, esto sería como una cortesía, no haré ningún cargo extra, será un placer hacerle compañía.

Elízabeth lo pensó un momento, le parecía un poco aventurado aceptar la invitación; era un extraño, aunque había algo en él que le daba confianza y no le era para nada desagradable, todo lo contrario, y realmente deseaba distraerse un poco, conocer la ciudad donde, desde ahora, trabajaría y viviría.

Descansó un poco, tomó un baño y procedió a vestirse sencillamente, no sabía adonde la llevaría. De repente se sintió extraña al estar ansiosa porque él llegara.
Fue puntual, llegó a las ocho en punto, entró a la recepción y pidió avisaran a la Srta. Elízabeth que estaba esperándola.
El cambio en él fue admirable, ella se sorprendió. Vestía completamente diferente, se veía distinto, no como un taxista. Afuera empezaba a llover de nuevo, en realidad no era una noche como para salir.
Subieron al coche, y ella no atinó a preguntar dónde se dirigían. Esperó…

   -Te gustan las flores, ¿verdad?
   -Si, por supuesto, las rosas amarillas en especial, ¿por qué lo preguntas?
   -Soy experto en sorprender a las personas, y te tengo preparada una sorpresa que con seguridad te encantará…un cortito viaje y tendrás una vivencia que la recordarás por mucho tiempo.

Mientras conversaban, se percató que estaban saliendo de la ciudad, y no pudo aguantarse sin preguntar.

   -¿A dónde vamos?
   -No estés tan impaciente, confía en mí, ¿te es muy difícil?
   -Ummm…veo que te has propuesto hacerme una noche especial, lo cual agradezco, pero…está bien, confío en ti, el mundo está hecho para los valientes.
Al cabo de unas decenas de kilómetros salieron del camino, dirigiéndose a un angosto camino secundario…unos metros delante se veía un inmenso portón añejo… sobre el marco que lo sostenía, se distinguía un letrerito iluminado. Elízabeth logró leer: “Las Glorietas”. Se le escapó, sin querer un…
   -Ohooo…que romántico…

“Las Glorietas” era un pequeño restaurante muy íntimo, romántico. Había una chimenea y las mesitas individuales arregladas con un pequeño florero, conteniendo unas margaritas y una gardenia, un quinqué alumbraba la mesa y hacía más acogedor el lugar.

Pidieron una copa de vino tinto y ordenaron una cena ligera: salmón y ensalada. Al calor de ambiente se contaron mutuamente sus historias. Lo que Elízabeth no sabía era que la historia de él era un invento. Efectivamente trabajaba como taxista y había cursado a media una carrera universitaria, pero no era viudo ni tenía hija alguna. Era un tarambana que engatusaba a las chicas, especialmente a las que tenían posibilidades económicas, había en su haber algunas casadas a las que extorsionaba después. Elízabeth gozaba de buenos recursos por su trabajo y tenía unos padres bastante pudientes; de todo ello se enteró por boca de ella, que lentamente se relajó y relató sobre su vida…quizás más de la cuenta.
Afuera no solo seguía lloviendo, era una tremenda tormenta y hacía un frío que congelaba los huesos, por lo que él le dijo:

   - Imposible regresar a la ciudad con esta tormenta, un poco más adelante tengo una cabaña de descanso, la utilizo los fines de semana con mis hijas, te propongo que pasemos ahí la noche, no te preocupes, tiene dos habitaciones, además es viernes y mañana no tienes que ir a la oficina.

A ella le pareció buena idea y él le inspiraba confianza a pesar de apenas conocerlo. Pero, por esa cosas raras que no siempre sabemos la causa de su aparición, le vino a la mente una vivencia nada agradable ocurrida a Betty, su hermana mayor, que se dejó engatusar por un desalmado mequetrefe, que durante largo tiempo la cortejaba, y resultó ser un ávido embustero que logró despojarla de casi todos sus ahorros, con el cuento de un futuro casamiento, esfumándose, cierto día, como el viento de una brusca tempestad.

   -Mucho te agradezco, pues en verdad me agradaría aceptar tu invitación, pero siento un repentino malestar…quizás por el vino tan sabroso que tomamos, posiblemente en demasía…por lo tanto, y por favor sabe comprenderme… llévame de regreso al hotel, no lo tomes a mal… ¿sí?

Esta inesperada respuesta, la recibió Augusto como un balde de agua fría, no imaginó tal reacción de su homenajeada; creía en su fuero interno que había logrado “atraparla” en su red. Rápido y sin dudar, trató de minimizar el incidente.

   -Cuanto lo lamento…me siento un poco culpable…por lo tanto, insisto en mi propuesta de llegarnos a mi cabaña, está cerca y pronto podrías recostarte y así calmar tu indisposición, ¿no crees que es lo más conveniente?

Elizabeth, no sabía cómo zafarse de este supuesto galán…ya le está resultando un poco molesto con su oferta. Respiró hondo…

   -Quiero que me entiendas, ¡deseo volver al hotel!, y de no ser posible contigo, te pediría que hables con el mozo para que pida un taxi de la ciudad, por favor…
Augusto realmente quedó sorprendido al ver que sus tácticas de conquista no le habían surtido efecto esta vez, por lo que dijo:
    - Esta bien, no deseo que te molestes, si realmente estás indispuesta es mejor hacer lo que sugieres, te llevaré de regreso al hotel y mañana pasaré por ti puntualmente para llevarte a la oficina –

Elizabeth respiró tranquila. En realidad, el tipo le estaba atrayendo más de lo que ella desearía, pero pensó que tenía que conocerlo un poco más, porque no quería pasar por lo que su hermana había pasado y esto la hizo tomar las cosas con cierta cautela; seguiría utilizando su transporte y, tal vez, saliendo con él para conocerlo. Olvidó que hay ocasiones en que nunca se acaba de conocer a una persona.

Al siguiente día, Augusto estaba puntual en el hotel para llevarla a la oficina y, así transcurrió toda la semana, hasta que llegó el viernes.

Nuevamente, Augusto la invitó a salir. Podían ir otra vez a “Las Glorietas” ya que el lugar le había gustado tanto y, ésta vez la convencería de ir a la cabaña.
Elízabeth aceptó gustosa, sorprendiéndose de que toda la semana había esperado la llegada del viernes para que él la invitara a salir y, volver a “Las Glorietas” le entusiasmaba realmente, éste era un lugar íntimo y romántico y ella era una romántica incorregible.

Llegaron al lugar, cenaron y tomaron vino, tal vez, más de lo conveniente, ella se sentía un poco mareada, eufórica y complaciente, situación que Augusto aprovechó para llevarla a la cabaña. Esta vez llovía también, pero no tanto, así que el trayecto a la misma fue tranquilo.
Finalmente, ella conoció la cabaña y le agradó: había una chimenea, una confortable salita y una cocineta, pero una sola habitación, la otra era algo así como una pequeña biblioteca, pero no había teléfono. Recorrió la cabaña y entró a la pequeña biblioteca y, sorprendida vio que sobre una pequeña mesita había una cuerda, un cuchillo y una pistola.

   -¿Te agrada mi pequeño escondite?- preguntó el dueño casa, que estaba apoyado en la puerta detrás de ella.
   -Si, por supuesto, tiene todos los detalles necesarios para hacerlo acogedor, lo que no entiendo ¿por qué lo llamas escondite?
   -¿Te parecería mejor que lo llame refugio?

Al percatarse que Augusto se acercaba a ella, tomó la pistola y mientras jugaba con ella respondió…

   -Refugio…hummmm… ¿porqué, piensas hacer alguna fechoría?- y apuntó el arma hacia él.
   -¡CUIDADO!, está cargada…

Pero la advertencia quedó suspendida en el aire, mezclándose con el ruido del disparo.
El susto unido a la sorpresiva situación, conmovió sobremanera a la invitada. Soltó el arma, se acercó al cuerpo de Augusto desmoronado en el suelo…no atinó a tocarlo…pronunció su nombre…ninguna respuesta, ninguna señal de vida…

   -¡¡¡QUE HORROR!!!- se arrodilló frente al cuerpo inerte y comenzó a llorar…
Fue tanta la impresión que no acertaba a saber qué hacer. Le tocó la yugular y vio con desesperación que ya no había nada qué hacer. Debió llamar a la policía, pero no lo hizo. Habría muchas preguntas y no le creerían que había sido un accidente.
Empezó a caminar en la habitación pensando qué hacer. No conocía el lugar y no podría regresar en el auto de él… ¿cómo lo explicaría? 
Finalmente, decidió que enterraría el cuerpo en el pequeño jardín y caminaría hasta el pequeño restaurante,  ahí pediría un taxi para regresar a la ciudad. 
Borró con un paño todo lo que había tocado y salió decidida a caminar, no importaba cuánto. Estaba a punto de llegar al paroxismo, pero pensó que tenía que calmarse. Después de todo en la oficina no sabían que él iba a dejarla y a recogerla todos los días, nadie sabía de él.
Volvió sobre sus pasos…buscó en la pequeña cabaña algo con qué excavar; había dejado de llover y esto le facilitó hacer su tarea. Arrancó unas plantas y excavó lo más que pudo. Fue bastante difícil arrastrar el cuerpo de Augusto, pero lo hizo, regresó la tierra al foso y volvió a poner las plantas. 
Regresó a la cabaña y dejó todo como estaba.

Caminó alrededor de tres horas, la carretera era muy solitaria, no vio pasar ningún auto y eso era mejor. Estaba exhausta, despeinada y sucia, la lluvia había comenzado a caer nuevamente. Decidió caminar descalza, los tacones le molestaban. Se sorprendió de la sangre fría con la que estaba tramando todo, pero no podía permitir que se le acusara de asesinato, ¡había sido un accidente!, pero nadie le creería.

Llegó al pequeño restaurante, arregló un poco su peinado y calzó los tacones. En la entrada había un teléfono público y pudo pedir un taxi sin que nadie la viera.

Llegó a su hotel, estaba a punto de desmayarse por todo lo acontecido, tomó un calmante, se quitó la ropa que puso en una bolsa, tomó un baño y pensó que, a la mañana siguiente, la tiraría en cualquier bote de basura. 
 
Le fue imposible conciliar el sueño, todo era su mente era un torbellino de suposiciones y dudas…con seguridad la compañía de taxis, avisaría a la policía sobre la desaparición repentina de unos de sus choferes; además era muy probable que más de uno de los colegas de Augusto, supieran de la existencia de aquella casita en el bosque, y no tardarían mucho en llegarse hasta allí…y por supuesto al descubrir el coche estacionado, se abrirían una serie de probabilidades…no faltaban expertos que revisarían cada recoveco de la casa en busca de alguna pista y más que seguro que no dejarían palmo del terreno alrededor del inmueble sin inspeccionar.

Imposible dormir...se levantó…llamó al servicio para las habitaciones y pidió un café fuerte.
Debía, calmarse y tomar decisiones. Barajó una serie de salidas posibles…una más descabellada que la otra, ella misma se asombró de su imaginación… entre las cuales no descartó una sencilla y rápida, presentarse en la policía y relatar lo ocurrido…

Llegó la mañana, ya tenía su equipaje listo, y la decisión tomada.
Se presentaría en la oficina y explicaría que había una urgencia familiar, por lo que tendría que viajar a su lugar de origen, solicitaría una licencia de algunos días y vería cómo se las arreglaría para renunciar al puesto y que la reintegraran a su puesto anterior. No era fácil dar explicaciones, había luchado mucho por obtener el puesto.

Tomó el vuelo de regreso y, al llegar, su nerviosismo era tal que creía enloquecer y tuvo que tomar un calmante para poder presentarse a la oficina a los dos días, ya más calmada. Su explicación fue tan banal y sin embargo le creyeron; Tenía un problema familiar y a eso se agregaba que no se acostumbraba a la ciudad y prefería seguir en el antiguo puesto. Era un elemento valioso, por lo que, no tuvo problemas para que la reinstalaran. La idea de presentarse ante las autoridades desapareció de sus planes.

Los siguientes días fueron terribles, consiguió periódicos del lugar donde sucedió todo y vio que no habían publicado nada del crimen todavía, era demasiado pronto.

La compañía de taxis para la que trabajaba Augusto, efectivamente, reportó su desaparición y empezaron las investigaciones. 

Elízabeth olvidó que la compañía de taxis llevaba un récord de los pasajeros que Augusto, como otros chóferes, hacía y, además, aparecieron las huellas de ella en el auto de él.

Pasó una larga semana. No fue fácil reincorporarse  a su anterior empleo, estuvo obligada a ocupar horas extras para ponerse al tanto de las novedades y cambios ocurridos en su ausencia; al punto tal que los días empezaban y terminaban, y ni tiempo de pensar en “el asunto”, así decidió llamarlo.

A mitad de la segunda semana de su vuelta, recibió la visita en su oficina de dos detectives de la Policía Federal. Presentaron sus credenciales y solicitaron, de ser posible, conversar con ella sobre su estadía en el Hotel Palamira Centrun, en la ciudad Cabo Norte; agregaron que ya habían conversado con el Jefe de Personal de la empresa…quien les había confirmado sobre su traslado a aquella ciudad y la corta duración de su trabajo en la sucursal.

No obstante la reunión fue imprevista, tomándola de sorpresa, supo mantenerse callada, sin emitir vocablo alguno, hasta que quedaron flotando una serie de preguntas que los avezados profesionales arrojaron al aire, aguardando sus respuestas.

Más tarde, una vez finalizado aquel primer encuentro, aun no supo explicarse de donde consiguió esa frialdad que la mantuvo tiesa como un experto jugador de póquer.

Con  voz pausada, firme y sin titubear, relato a grandes rasgos su estadía en aquella ciudad; evitó responder a las preguntas directamente, para no entrar en un simple interrogatorio, pues temía una confrontación; lo que sí, no escatimó agregar algunos pequeños detalles, pero sin darles demasiada importancia, como donde compraba los alimentos, en que bar se reunía con sus colegas a tomar una copa después del trabajo, y también comentó que había hecho un arreglo con un chofer de taxi, para que la lleve desde el hotel hasta la oficina, ida y vuelta. En una palabra, trató de cubrir todos puntos, y así lo creyó.

Como lo había supuesto, los policías, quedaron aparentemente satisfechos, dieron por terminada la reunión, se despidieron y abandonaron la oficina.

Dos días después, a horas tempranas, unos golpes en la puerta de entrada de su casa, la despertaron sobresaltada…se puso un abrigo y llegó hasta la puerta…al abrirla se encontró con los dos detectives que la interrogaron en su oficina, acompañados con dos mujeres policías, quienes se acercaron a ella y sin ninguna clase de preámbulo, le informaron que tenían orden de arrestarla, acusada de asesinato. La escoltaron hasta el dormitorio, aguardaron que se vista, y le permitieron llevar un pequeño bolso con sus efectos personales y algunas prendas.

Aquella nefasta mañana, ocurrida hace ya más de tres años, hoy mirando el río que pasaba cerca de la cárcel donde cumplía la sentencia de ochos largos años, le vino a la mente esa pregunta que volvía y volvía…¿en qué se había equivocado?

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Autores
ESTELA RUBIO ZAMUDIO (México)
BETO BROM (Israel)

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*Registrado/Safecreative N°1805267189142
*Imagen de la Web c/texto anexado


4 comentarios:

  1. Ya me había llegado por otro medio, este excelente cuento. Gracias maestro, felicitaciones a los dos.

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    1. Alegría verte por aquí, amigazo.
      Te agradecemos tus huellas.
      Un abrazo
      Shalom

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  2. Beto, amigo, un placer leer este estupendo relato.
    Felicitaciones a los dos. Bravo!!!
    Un abrazo.

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    1. Que gustazo recibir tu visita, Emilia, mucho agradecemos tus huellas.
      Abrazotes, de ambos, para ti, amigaza

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