viernes, 18 de diciembre de 2015

Encuentros de almas en la misma frecuencia (relato a dos manos)



PRIMERA PARTE

Al entrar en el viejo establo, el aire de un lejano pasado colmó sus sentidos, como si una mano misteriosa lograra transportarlo en el túnel del tiempo.
Silvio caminó despacio, el tiempo nunca fue su rival, y menos que menos en aquellos momentos.
Dos boxees a ambos lados del angosto pasillo, dos de ellos ocupados; los inquilinos asomaron sus cabezotas, curioseando con la mirada, tratando de averiguar  quien era el visitante. El blanco saludó con un exagerado relincho, y pareció hacer una muesca a su compañero...el ya viejo alazán que sus años eran difíciles de ocultar.
Al acercarse, acarició a su viejo amigo -el negrito- el nombre que él mismo le había dado cuando su abuelo se lo regaló en su cumpleaños  de los diez. Con él, había aprendido a montar... al recordar aquellas vivencias, un nudo se le hizo en la garganta...volvió a su memoria el accidente, y la larga y nada agradable convalecencia.
También regaló unas palmaditas a la inquieta potra, quien demostró, refunfuñando, su malestar, al sentirse menos preciada.
Era notable que todo aquél recinto, había visto mejores épocas, donde todo brillaba, nada fuera de lugar, limpio y rozagante.
Decidió, que estas vacaciones, también las aprovecharía, para darle una mano a su viejo y cansado abuelo...y empezaría por el establo, que buena falta le hacía.
Dio unos pocos pasos...llegó al gallinero, unas cuantas pollas se acercaron con suma rapidez al alambrado, un espectacular gallo, no quiso quedarse aislado, apreció la escena como inspeccionando el ambiente, y se quedó parado, haciendo lucir su rojo y rebosante copete. Deseó congraciarse con todos ellos, tomo un puñado de semillas del balde colgado en un rincón de la verja. y se los arrojó como saludando.
Siguió su recorrido...en el galpón inmenso, lugar destinado a las herramientas, comidas para los animales y toda clase de elementos en desuso, reinada un desorden muy bien disimulado.
Llegó hasta la huerta, allí llamó su atención que estaba rebasada de toda clase de hortalizas...reclamaban ser recolectadas con suma urgencia, otras ya habían renunciado a los pedidos.
Emprendió el regreso a la casa; sin duda, su abuelo había disminuído la atención a sus requeridas obligaciones, la edad estaba dando sus destacados aportes.
Don Zelig, lo estaba esperando con un calentito café, que el mismo lo había molido, y del que siempre se vanagloriaba.
     -Llegaste justo a tiempo, muchachito, el café ya está listo.
Se sentaron en los viejos y descoloridos sillones de mimbre, ubicados en la galería que ocupaba todo el frente de la casa; los mullidos almohadones, confeccionados haya tiempo, por las hacendosas manos de su adorable abuelita Celia, un poco antes de que emprendiera su último viaje, otorgaban una comodidad muy especial.
     -Tengo un propuesta que hacerte abuelo... pero antes de revelarla, prométeme que lo pensarás dos veces, no seas arrebatado para responder, como es tu costumbre, ¿de acuerdo?
    -Sabes bien que no soy hombre de promesas, y más a esta altura del partido...pero, veamos, soy todo oídos, que te traes entre manos...
    -Te explicaré en pocas palabras de que se trata; este mes decidí tomarme un pequeño receso en mis ocupaciones y que mejor descanso, me dije, que ir a pasarlo con el abuelo en el campo. Pues aquí me tienes, dispuesto a hacerte compañía, y después de dar una vuelta por las instalaciones y demás, creo conveniente ayudarte un poco, ordenando y arreglando todo lo que sea necesario. Siempre y cuando estés de acuerdo, por supuesto...¿que opinas?
Su abuelo, lo escuchaba sin sacarle los ojos de encima...apareció una sonrisa en su arrugado y curtido rostro, y sin muchos preliminares, le adelantó su parecer....
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Agustina se levantó temprano, como era su costumbre. Se calzó las botas de montar, recogió su larga cabellera y la ató con una cinta elástica y salió de la casa hacia la caballeriza en busca de su alazán.
Vivía con su madre viuda, en esa casona de campo que sus padres habían comprado cuando todavía eran novios y planeaban casarse. 
A unos cincuenta metros estaba la casita del mensual que vivía con su esposa y un pequeño hijo de dos años, quienes estaban al servicio de los quehaceres de la casa y del campo.
Una pareja de perros ovejeros salieron a su encuentro demostrando  todo tipo de cariño a su ama.
Agustina los abrazó con mucho amor tratando de no caer por la fuerza de los fieles animales.
Luego siguió su paso hacia las caballerizas que quedaban retiradas de la casa.
El sol comenzaba a enviar sus primeros rayos tibios y a sacar de la oscuridad a toda vida del lugar.
Llegada allí, se encuentra con el empleado quien le tenía su caballo preparado y salió a su encuentro con las riendas en  mano.
   -Buen día señorita Agustina.
   -Buenos días Miguel, ¿cómo está tu familia?
   -Bien, señorita, el niño duerme y Mercedes ya colocó el pan en el horno. Para cuando vuelva, podrá desayunar con pan caliente y recién hecho.
   -¡Qué bueno, me gusta mucho el pan que amasa Mercedes! Es una gran cocinera y todo lo hace riquísimo.
Mientras el diálogo se daba, Agustina subía a su caballo utilizando el estribo del lado izquierdo de la silla de montar, en tanto Miguel sujetaba al animal de las riendas.  Una vez acomodada, mientras el caballo arrogante se movía a un lado y otro con deseo de emprender la marcha, dijo la joven:
   -Miguel, haré la recorrida de siempre y cualquier cosa fuera de su orden me comunicaré contigo.
   -¿Lleva su teléfono señorita?
   -Si Miguel - y Agustina comprobó que allí estaba tocando el bolsillo de su corralera- lo tengo conmigo, ¡hasta luego!...
En el dormitorio matrimonial de la casa, Viviana, mujer joven y bonita, madre de Agustina, se desperezaba dando vueltas a un lado y otro sin deseos de levantarse. Pensaba quedarse un poco más en la cama pero las obligaciones no le permitían darse ese gusto porque se exigía demasiado con las responsabilidades que tenía y no quería delegar porque no confiaba en nadie. Robertito, su hijo menor, estudiaba en la ciudad porque no le gustaba el campo. Su esposo, había fallecido de una enfermedad mortal hacía cinco años, contraída allí, fiebre hemorrágica. 
El joven hijo estudiaba medicina con el fin de investigar un antídoto contra dicha enfermedad y ese era, en parte, el motivo de por qué no le gustaba el campo.
En cambio Agustina, su hermosa hija, amaba vivir allí, disfrutaba la naturaleza como nadie, visitaba el arroyo que cruzaba cerca, le gustaba cabalgar, mirar los amaneceres y atardeceres, observar los pájaros, amaba a toda vida que había allí y no deseaba salir de aquel paraíso.
Ensimismada en esos pensamientos estaba, cuando escuchó la voz de Miguel que le gritaba a las vacas que llevaba al corral de ordeñe. Dio la última vuelta en la cama, suspiró profundo y se introdujo en el baño con toallón en mano.
Pasó por el escritorio a ordenar papeles que debería llevar al banco, hizo la lista de compras, revisó los pedidos que Miguel le había dejado (insecticidas para plantas, fertilizantes, hormonas de floración, alimentos para los perros, para las aves, etc.). Dejó todo en orden, acomodó todo dentro de su bolso, colgó su chaqueta en el respaldo de la silla y se dirigió a la cocina.
Se dispuso a preparar el desayuno mientras refunfuñaba su soledad y la partida tan pronta de su esposo.
Mercedes entró con una bandeja tapada con un repasador y un olor por demás agradable a pan recién horneado.
   -Buen día señora.
   -Uuff, no se qué tiene de bueno con todo lo que me ha tocado en la vida no puedo decir lo mismo.
Mercedes no se inmutó porque ya la conocía que siempre decía más o menos lo mismo pero más allá de no controlar la ira, era generosa, dedicada y misericordiosa con la gente.
   -Señora -dijo Mercedes- permiso voy a comenzar con la limpieza.
Viviana con la tarea de preparar el desayuno,  ni se dio por enterada de las palabras de Mercedes.
   -Buen día mamá, lavo mis manos y vengo a desayunar. ¡¡Qué rico el olor del pan caliente!!!!
Su madre seguía colocando los utensilios en la mesa.
   -No demores conversando con Mercedes porque hoy tengo mucho que hacer en el pueblo, no quiero tardarme en salir.
Ya sentadas y comenzando a desayunar, madre e hija se miraron y Viviana dijo:
   -¿Pasaste por lo de don Zelig para ver si necesitaba algo del pueblo?
   -No mamá, cuando iba cerca vi que tenía visitas y no lo quise molestar.
   -Espero que después no diga nada ese cascarrabias.
Agustina sonrió, la miró con ternura y le dijo,
   -Seguramente lo que dirías tú si estuvieras en su lugar: "parece que ya no se acuerdan de uno" y se rió con ganas mientras que su madre siguió desayunando sin emitir palabras.
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   -Por supuesto que acepto tu ayuda, pero, eso sí, no me hagas entrar en gastos, pues mi reservas en el Banco, distan de ser satisfactorias, y a esta altura de mi vida, se han evaporado las posibilidades de mejorarlas...y concretando, ¿que es lo que pretendes hacer?
    -Por empezar, abuelito querido, no te preocupes, todo correrá por mi cuenta, por ese lado quédate tranquilo. Quizás, necesite tu consejo, pues es posible que durante la limpieza haya cosas viejas y deterioradas, que antes de desecharlas desearé recibir tu consentimiento.
   -No, no necesito guardar trasto viejos, lo que tu decidas tirar a la basura, tienes mi visto bueno por adelantado.
   -Pues entonces...manos a la obra; hice una lista con las cosas que necesito comprar en el pueblo y en unos momentos saldré para allí, ¿necesitas algo que te traiga?
  -No sé como andamos en las cosas de la despensa de alimentos, vamos para allí y decidamos juntos...
Al llegar al pueblo, pequeño y nostalgioso, estacionó el vehículo.  Empezó a caminar ...decidió, antes que nada, dar una vuelta apreciando los casi ínfimos cambios, arreglos o novedades, le pareció volver a su infancia, recuerdos y vivencias corrían en su mente...
    -¡Ohooo!, a esto lo llamo sorpresa, ¿Que tal, Silvio, que guapo se te ve...
   -Un gustazo encontrarla, doña Viviana, ¿Cómo está? ciertamente una agradable sorpresa. Espero que todos por su casa bien...
   -Gracias, gracias, si, todo bien. ¿Estás visitando a tu abuelo, me imagino?... que buen nieto, seguro don Zelig rechocho con tu visita. ¿Te quedarás un tiempo haciéndole compañía?, sería bueno, pues la última vez que lo vi, lo noté muy avejentado, cansado y muy distinto, la soledad, ciertamente le afecta.
   -Me quedaré un mes o algo más, ya veremos, pues pienso darle una lavada de cara a la casa, galpones, huerta y demás, renovarse es vivir, dicen...
   -Me gusta tu iniciativa, si necesitas algo ya sabes donde vivimos...y será muy grato recibir tu visita, tanto Agustina como yo, sabremos apreciarla.
  -Muchas gracias, doña, con gusto andaré por allí. Saludos...
La estadía en el pueblo resultó un poco más larga de lo calculado, pues aparte de las compras necesarias, contrató dos muchachotes, hijos del ferretero, que lo ayudarían en los arreglos. Ellos mismos se encargarían, además, de transportar todo lo adquirido, hasta la casa.
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El destello en el espejo retrovisor la sacó de la ausencia de ese momento. Era la alerta que un vehículo se adelantaría por lo que contestó que el camino estaba libre con el guiño izquierdo. Conocía perfectamente los códigos de ruta y las Leyes de tránsito. Cuando el otro vehículo estuvo a la par fue saludada por los de la Patrulla de Camino. Allí todos se saludaban porque eran costumbres sanas y éticas. Cuando la otra camioneta la hubo pasado, se dio cuenta que había bastante polvo por la falta de lluvia.
Siguió en sus pensamientos recordando que ese camino lo había hecho por años con su esposo y eran tan amenos esos viajes que ahora la soledad dolía.
   -Mmmm qué rico olorcito se siente en esta cocina, Mercedes.
   -Estoy haciendo una carne al horno con hortalizas y frutas como le gusta a usted, señorita Agustina.
   -Mmmm qué rico, me despertó el apetito.
   -Ya casi está, mientras preparo la mesa seguro llega la señora Viviana.
   -Listo Mercedes, mientras iré a saludar a tu niño y tu madre. Regreso en seguida.
    -¡¡Migueeeeellll!! ¿dónde te encuentras?
Saliendo del galpón donde se guardaban las semillas, el alimento y las herramientas,
   -¡Acá estoy señora!!! En seguida bajo las cosas que trajo.
   -¡¡Toma la lista y fíjate si me han cargado todo!!, porque mientras dejé la camioneta en la forrajería me llegué al banco y no controlé la compra.
Mientras se dirigía al baño le entregó a la doméstica una bolsa de comestibles que debían ir al refrigerador:
   -El resto lo alcanza luego Miguel, ¿Y Agustina?
   -Fue a saludar a mamá y a Pablito.
Cada una tenía su lugar en la mesa, desde hacía años. La cabecera estaba vacía. Después que falleciera el esposo de Viviana, que ocupaba ese lugar, nadie se sentó allí, sólo Robertito cuando venía de la ciudad  y nunca nadie dijo nada porque era un poco, la proyección del que faltaba.
   -Mercedes, ve a tu casa que allá también sentí un rico aroma de la comida de Rosa y ya deben estar esperándote, nosotras nos arreglamos. Miró a la patrona de la casa, quien estaba en silencio con la vista en el plato, pensativa y como siempre, sin emitir comentario.
   -Gracias señorita Agustina, luego vuelvo- y salió rumbo a su casita.
   -¿Sabes con quién me encontré esta mañana en el pueblo?
   -Si no me lo dices mamá, no soy adivina.
   -A Silvio, el nieto de don Zelig ¿lo recuerdas?
   -No mucho mamá, éramos muy chicos cuando dejamos de vernos. Recuerda que pasé años en la ciudad estudiando y venía sólo de paseo y no íbamos a pasear a lo de Don Zelig  porque ustedes estaban siempre ocupados.
   -Está guapísimo y ha cambiado mucho. ¡Era tan delgadito y pequeño! Ahora todo un galán  de cine. Le recordé que si necesitaba algo acudiera a nosotras y que iba a ser grata su visita.
Agustina pensó que su madre siempre exageraba un poco cuando describía a alguien que hacía mucho no veía. También sintió ternura porque a pesar de la primera impresión de seriedad que demostraba, era muy solidaria y sociable cuando apreciaba a alguien. Y dando fin a la conversación sobre el nieto de don Zelig:
   -¡¡¡Ah, mamá!!, no me esperes temprano  porque vamos con Miguel a asistir a la Pancha (una vaca) que está por parir  y me parece que la cosa no viene muy bien.
   -¿Por qué no llamas a don Isidro?
   -No es necesario mamá, yo me arreglo.
Agustina era veterinaria, pero siempre llamaba a don Isidro, un viejo veterinario con gran experiencia en los temas del campo y porque hacía años que asistía a los animales de la granja desde que vivían sus abuelos.
    -¡¡¡Ayyy hija, ¿cuando dejarás de ocuparte del campo para dedicarte un poco a otra cosa?
   -Ya hemos hablado sobre ese tema mamá, no insistas. Ya sabes mi punto de vista.
Levantándose de la mesa dio por finalizada la conversación porque siempre que Viviana tocaba ese tema, ella se molestaba porque amaba el campo. El padre le había transmitido todos sus secretos, le había mostrado cada rincón, cada características de los animales según la especie, el estado del tiempo de acuerdo a los vientos, a las nubes y al color del sol, y le había transmitido todo el amor por ese lugar.
Desde su dormitorio, su madre  vio la figura delgada y ágil de su hija, una verdadera amazonas, cabalgando en su alazán junto con el fiel Miguel, hombre noble y honrado que desde chico había sido criado por sus suegros.

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Silvio decidió levantarse temprano, pues sus ayudantes prometieron llegar apenas levante el sol, para así, aprovechar el día. Al entrar en la cocina, ya lo esperaba su madrugador abuelo, con un buen café, el aroma impregnaba toda la casa.
   -Buen día, jovencito, ya rato que esperaba tu compañía, aquí tienes tu taza preparada...
   -Hola, hola, abuelo, ¿es que te has caído de la cama?, aún no son las seis, y pareces más despierto que un gallo madrugador.
   -Ya tendré tiempo de sobra para estar acostado cuando me llamen a confesar todas mis cuitas, allá arriba...
  -No te apresures a despedirte, hay todavía tiempo para esas cosas.
  -Nunca se sabe...hay que estar preparado.
El ruido de un motor de camión interrumpió la charla.
  -Me parece que ya llegaron los muchachos, me gusta que cumplieron con su palabra, y salgo a recibirlos, después nos vemos, abuelo...
Los trabajos empezaron no bien descargaron todos la mercancía adquirida en el pueblo.
Silvio decidió que Juancito, uno de los hermanos se ocupe del gallinero, y él junto con Pepe, el otro hermano, sacarían los caballos, como primera medida y luego limpiarían a fondo las deterioradas caballerizas.
A media mañana se apareció don Zelig, con una jarra de limonada y unos sabrosos sandwiches, proponiendo un descanso en las tareas. Ninguno de los tres muchachos rehusaron tal propuesta.
El gallinero recibió una buena mano de pintura blanca, y las inquietas gallinas no dejaban de inspeccionar su renovado domicilio. Hasta el abuelo, felicitó el buen trabajo.

En el establo, se cambió de lugar los compartimientos de los inquilinos; se acomodaron todo lo perteneciente al recado de los caballos en unos perfectas grampas; destinaron un amplio sector donde fueron acomodadas todas la herramientas y utensilios para trabajar la huerta. Todo el recinto recibió un agradable lampazo de pintura verde. Al entrar a su renovada casa, el Negrito y Merinda(el nombre de la potra, que le puso el abuelo), no dejaron de asombrarse ante tal limpieza y orden, que daban una brillo especial a todo el ambiente, y lo manifestaron con unos respetables relinchos.
El abuelo no podía creer el cambio efectuado, revisaba y revisaba...una sonrisa se reflejó en su cansado rostro.
Durante los días siguientes, todos (incluído Don Zelig) se dedicaron a sacar fuera del galpón el total de lo allí acumulado por años. Una tarea, que sin lugar a dudas, era imprescindible.
Aparecieron decenas de trastos viejos, que ni siquiera el abuelo, recordaba su procedencia. En fin, después de largas horas, se decidió que sería reincorporado y que sería llevado a la parva de los residuos que aumentada momento a momento.

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En esos días del recorrido habitual que hacía Agustina muy temprano, tomó la decisión de dar una vuelta por su viejo vecino, don Zelig. No lo había hecho antes por el movimiento que veía en la granja y le parecía que su visita sería inoportuna. Como habían pasado unos días y ya no se veía  tanto despliegue, decidió  llegarse a su vecina granja. Terminado su recorrida y siendo aproximadamente las ocho y pico de la mañana, antes de ir a su casa  fue directamente allí. Don Zelig, que andaba entretenido en los menesteres de la casa la vio cuando el caballo y su amazona entraban por el ancho camino. Desde luego que la reconoció de inmediato y salió a su encuentro.

    -Buen día Agustina, qué bueno que me visites, me tenías en el olvido jovencita.
    -Nada que ver Don Zelig, pasa que viendo el movimiento que había en la casa me pareció imprudente venir. (mientras se apeaba de su alazán)
    -Siempre eres bienvenida hija, acá es como tu casa.
Saludó con cariño al anciano porque ella lo apreciaba mucho ya que lo conocía desde que tenía uso de razón y caminó junto a él que la llevaba del hombro, como hacía siempre en demostración de afecto.
En eso entró uno de  los hermanos, que había contratado Silvio para que lo ayuden en la limpieza de la casa a pedir algo a don Zelig y éste antes de dejarlo hablar le dijo
    -Ve a traer a Silvio que tenemos visita.
El joven salió a la carrera en busca del nieto.
Agustina vio entrar a ese joven que le pareció un perfecto desconocido porque no tenía absolutamente ni un rasgo del niño que ella apenas recordaba. Lo mismo sintió Silvio: "a esta chica no la he visto nunca". Se miraron y ella se ruborizó porque todavía tenía la inocencia de ruborizarse frente a alguien que la intimidaba un poco, debido a su timidez. Viviana le había hablado de lo guapo que era pero le pareció que, como siempre, exageraba un poco. Era agraciado y muy apuesto, pero no un galán de cine porque era natural su belleza.
Él también la vio muy bonita su larga cabellera castaña muy clara, casi rubia, su figura delgada y bien contorneada, nada de exagerado y lo que más le gustó fue cuando las blancas mejillas se tiñeron de rojo. Como entraba a la sala, tuvo la iniciativa de saludarla.
    -Hola Agustina , tanto tiempo.
Ella se puso de pie para corresponder al saludo.
    -Hola Silvio, si de veras, hace años no nos vemos.

Apenas rozaron la mejilla con el beso de saludo.
Silvio comenzó el diálogo.
    -El abuelo me contó de ustedes, lamento lo de tu padre. Se que estás  a cargo de la granja junto a tu madre. Debe ser duro el trabajo que has elegido, máxime para dos damas ¿no?
    -No creas, me gusta lo que hago y aunque mamá, a veces quiere convencerme de irnos a la ciudad, no lo logra porque me siento muy bien.
Intervino don Zelig:
    -Te dije que Agustina es una fiera para llevar adelante su granja y ¡¡¡vaya que lo hace bien!!!
Mientras dijo eso sirvió café.
    -Y ¿qué haces en tus días libres?
    -A veces voy con algunas amigas al pueblo a tomar un café y de vez en cuando, si traen algún espectáculo que nos interesa.
    -¿No extrañas la ciudad?
    -Para nada, cuando me recibí me vine huyendo de esa locura que se vive allí. y ¿tú, qué haces?
    -Trabajo en el comercio con mi padre. No se si recuerdas que tiene un negocio de insumos industriales en la ciudad. Abastecemos a fábricas y empresas que trabajan este rubro.
    -Y ahora ¿estás de vacaciones?
A don Zelig le encantaba que su nieto platicara con Agustina porque deseaba que encontrara una "buena chica" (como decían los mayores) para compañera de su vida y estaba seguro que Agustina reunía las condiciones que él pensaba.
     -Si, me vine unos días con el abuelo y como dices, también estoy un poco agobiado de la ciudad, lo que no se si podría quedarme a vivir aquí porque estoy un poco acostumbrado al ruido, al movimiento, a la gente. Que se yo, hay momentos que extraño pero de sólo pensar en regresar a la vorágine que casi no te deja ser vos mismo, medio que me frena un poco.
Hablaron de otros temas, Silvio le contó lo que estaba haciendo en la granja de su abuelo y también rieron de algunas cosas que le contaba como de las intervenciones de su abuelo.
 Agustina se puso de pie dando por finalizado el diálogo y dirigiéndose a la salida.
     -Bueno, ha sido un gusto volver a verte.  Don Zelig, en cualquier momento paso nuevamente.
    -Por favor hija, que no pase tanto tiempo, no te olvides de tu vecino.
    -A propósito- dijo Silvio- ¿quieres ir el sábado al pueblo a tomar algo?
    -No te contesto ahora, porque no se si mi madre tiene algún plan.
Los dos hombres quedaron por un rato viendo como amazona y caballo se alejaban por el ancho camino para luego tomar el camino que llevaba a casa de la joven.
Como era tarde, sintió el olor del preparado de la comida para el medio día. Viviana, que sabía que había ido de don Zelig, estaba impaciente para que le contara pormenores del encuentro con Silvio, porque de alguna manera, como el abuelo, deseaba que su hija se interesara por algún joven. Había algunos que habían deseado conquistarla,  pero ella no se daba por enterada porque por el momento no le interesaba en lo más mínimo estar con alguien.
    -Agustina, ¿tomamos un refresco mientras esperamos el almuerzo?
    -No mamá, tomé café en lo don Zelig y no me apetece. No tomaré nada hasta el almuerzo.
    -Cuéntame hija cómo te fue ¿conociste al nieto de don Zelig?
    -Si, mamá, lo conocí. Hablamos luego en el almuerzo y me preguntas. Voy a ver al niño de Mercedes y a Rosa, su madre, y luego vuelvo.

Viviana, conociendo a su hija sabía que no debía insistir y que después le contaría. Agustina era muy reservada, como había sido su esposo, también de pocas palabras cuando la ametrallaban a preguntas. Por eso se tragó su ansia y esperó, pacientemente hasta el mediodía.

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SEGUNDA PARTE

Todo ese día, no obstante trabajó par a par, con los muchachos, tratando de ordenar y dar un buena forma al galpón, Silvio no dejó, ni por un momento, sacarse la figura de Agustina de su mente. Era una chica espectacular, graciosa, agradable, llena de vida y entusiasmo, en fin...ya aguardaba el sábado, pues estaba más que seguro que ella aceptaría la invitación de ir al pueblo, tomar algo y conversar solos, sin acompañantes.
Al día siguiente tuvo que llegarse al pueblo, pues había llegado el pedido de unos tarros de pintura, que según comentarios de los hijos del ferretero, no eran del color que él había elegido.
Y si, al ver la mercadería, comprobó que no era el color solicitado. Don Fermín, el ferretero, preocupado por esta equivocación, explicó que en el pedido fue hecho detallando perfectamente el color preferido, y no sabía el motivo de este percance.
Estaban discutiendo sobre el asunto, cuando entró en el local Agustina...
    -¡Oh...Buenos días!... que agradable sorpresa verte por aquí, ¿que tal, como estás?
   -Si, Silvio, una casualidad encontrarnos en la ferretería, pensé que me habías invitado al bar a tomas unas copas....ja, ja, ja...
    -No, no...tienes razón, esto es mera casualidad, y la invitación está a la espera de tu confirmación, que descarto será afirmativa, ¿o me equivoco?
    -Por supuesto que acepto, y será una buena oportunidad para que me cuentes sobre ti y tus proyectos futuros. Pasame a buscar a la tardecita del Sábado, a las seis ¿te parece bien?
    -De acuerdo, allí estaré. Y dime ¿que trae por aquí?
    -Ahhhh, es que mi madre decidió pintar la cocina y el lavadero, y vengo a comprar unos tarros de pintura, lo que no se es que color elegir...
Ni lerdo ni perezoso, se metió en la conversación el avispado ferretero...
    -Justamente aquí tengo unos tarros de buena pintura recién recibidos, espero que le agrade el color celeste, es de un tono delicado...mire aquí tengo un catálogo con la muestra, acérquese y mire, quizás hacemos negocio...
    -¿Celeste? hummm... podría ser- Agustina se acerca, da un vistazo a la oferta y decidí con asombrosa rapide,
  -Perfecto, me gusta, y Ud. que conoce nuestra casa, ¿Cuantos tarros serán necesarios?
   -Calculo que con estos cuatro será suficiente, si le sobra, cierrelos bien y servirán para cada tanto hacer retoquecitos. Quédese tranquila, más tarde cuando lleguen mis muchachos se los llevarán hasta vuestra casa. Dele saludos cordiales a su querida madre.
    -Gracias, don Fermín, serán dados, y mucho agradezco su ayuda con la pintura.
Y antes de salir, se acerca a Silvio, le da un beso en la mejilla y le dice,
   -Hasta el Sábado......
Apenas deja la ferretería la encantadora compradora, Don Fermín propone a Silvio, (que se mantuvo callado mientras duró la oferta y compra de "sus" tarros), esperar unos días, pues hoy mismo se comunicará con su proveedor para que le envíe los tarros de pintura pedidos, pero especificará que esta vez sean los que corresponden.

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Agustina llega a la casa y como siempre hace su rutina mientras le dice a su madre que enviarán los tarros de pintura a la tarde y le comenta que eligió un color celeste que le mostró don Fermin y que al principio tuvo dudas, pero luego lo aceptó, y agrega,
    -Estaba Silvio cuando entré en la ferretería y quedé de acuerdo en ir el sábado al pueblo, a tomar algo juntos.
--Pero qué bueno y al respecto, el otro día cuando fuiste no me contaste mucho sobre el encuentro en lo de su abuelo.
--Bien mamaá no hay mucho para contar, es agradable y me gustó "conocerlo" de nuevo.
 Para todo esto, Silvio también le había comentado a su abuelo el encuentro con la joven y que habían acordado de salir el sábado. Don Zelig, estaba feliz con estas novedades.
El sábado por la tarde y después de dejar todo en orden con Miguel y ultimar detalles de rutina respecto al trabajo, decidió tomar un baño de inmersión al que perfumó con aceites esenciales de lavanda y naranja que son relajantes. Luego se arregló y mientras esperaba a Silvio, miró televisión en su habitación para que su madre no le pregunte ni le diga nada. Sabía que le daría recomendaciones como hacen las madres. A las seis en punto llegó el joven. Bajó de su coche para saludar a Viviana. Estaban conversando animadamente cuando se sintieron los tacones de Agustina que venía de dentro de la casa. Silvio no había querido pasar porque se iban en seguida  con la chica. En realidad él tenía apuro para conocerla más. Quedó impresionado ante la figura de la joven, que había dejado suelta su cabellera y vestía faldas. Sencilla, elegante, hermosa y con un muy buen gusto que no exageraba en absoluto. Se despidieron de Viviana. Agustina se acomodó en el asiento y partieron al pueblo.
    -¿Qué lugar quieres que escojamos?-dijo el joven- guíame porque tú tendrás que hacer de cicerone, ya que no conozco mucho. Está bastante cambiado el pueblo y ha crecido.
    -Primero paseemos un poco, si quieres, para que te muestre algunas nuevas creaciones que han ido incorporando, de paso hacemos tiempo y ¿cenamos? yo invito- , dijo ésto porque estaba acostumbrada a pagarse todo y cuando salían con amigas cada una abonaba lo que consumían.
    -Me parece genial, pero lo de la invitación estuvo de más, invito yo que te propuse esta salida.
Ubicados en el restaurante que eligiera Agustina, Silvio observó que se trataba de un bonito lugar, austero, con la sencillez del buen gusto de la decoración sin rayar lo exagerado. Todo lo contrario, era acogedor y tenía una muy buena música de fondo. El mozo les trajo la carta y cada uno eligió el menú acordando algunos gustos similares, aunque muy pocos. Una vez hecho el pedido, Silvio la observó detenidamente. Bonita chica, sin ningún retoque quirúrgico como las que él conocía en la ciudad donde vivía, esas jóvenes con nariz respingada, labios gruesos, senos exuberantes por efecto de los agregados quirúrgicos y extensiones en los cabellos, tinturas y arreglos artificiales.  Agustina era de una belleza natural, distinguida, educada, con modales delicados. Se preguntaba ¿cómo ésta chica con esas características puede vivir lejos de la ciudad, administrar y llevar adelante todo lo agropecuario? No podía entender el cómo y el por qué y estaba en silencio observándola.
    -Bueno vamos, cuéntame de tu vida, tus proyectos y  tus sueños - la voz muy personal de la joven lo sacó de sus pensamientos cuando había dejado la carta que se había entretenido leyendo, a un costado de la mesa.
    -No hay mucho, tú sabes cómo es la ciudad, te envuelve en una vorágine que no tiene fin. Uno no sabe dónde comienza y dónde finaliza. Casi no te dejan pensar. No se puede disfrutar como lo estamos haciendo porque allá hay que tener cuidado los robos y además el panorama de chicos pidiendo es abrumador. Ya te dije que trabajo con mis padres y tenemos tan poco tiempo de hablar. Con el abuelo compartimos muchas cosas y ahora aprecio mucho esta vida que llevan por estos lugares. Los fines de semana salimos con amigos, vamos a bailar, a tomar algo - se notó cierto desagrado recordando que algunos de sus amigos se pasaban de copas, se ponían insoportables y algunos utilizaban algún tipo de droga. Se dio cuenta que estaba viviendo una vida artificial y que de pronto, había comenzado a molestarle toda esa locura que vive en las grandes urbes. Por supuesto que no lo dijo.
    -Y ¿tú?, cuéntame de tu vida ¿tienes novio?
    -De tenerlo no estaría acá contigo –
Silvio recordó que en su ciudad las chicas no guardaban ese respeto por nadie y se engañaban unos a otros.
    -Si, claro, disculpa.
   -Salí con un chico un par de meses, pero éramos dos polos opuestos y quedamos como siempre, amigos.
   -¿Qué tan opuesto era?
    -Él no aceptaba mi independencia, le gustaba ser el manejaba las situaciones, los programas y todo lo referente a la equidad no estaba de acuerdo.
    -Comprendo - Silvio se dio cuenta que aparte de bonita y todos los atributos que tenía, también era muy personal. No se había topado con una mujer de estas características, muy dueña de su vida y él estaba acostumbrado a las frívolas de la ciudad. Debía ser muy cuidadoso y cauto. Le interesaba mucho esta chica que de pronto le había dado vueltas la cabeza.
    -¿Y qué haces, además de trabajar? -comentó el joven.
    -Aparte de salir, de vez en cuando con amigas, allá en la granja disfruto de la vida de la naturaleza. Solemos salir en noches de luna y buen tiempo, con Miguel y Mercedes a cabalgar y vamos hasta el arroyo donde nos sentamos a disfrutar del silencio que tiene tantas voces que no imaginas. Mamá se suma muy pocas veces porque ella tiene amigas que se reúnen en alguna casa a jugar a las cartas y también viene al pueblo con ellas. Me gustaría que mi madre conociera a alguien para que no esté tan sola y cambie ese carácter que se bien que es una vía de escape a sus problemas.
   --ero doña Viviana es muy amable y dulce persona, aunque la primera impresión parece hosca, pero pasada esa impresión es encantadora.
   -Si, así es pero tiene que tratar de vivir un poco. - Silvio pensaba "esta chica es fuera de serie, se preocupa por su madre y ella tiene una vida tan simple".
    -Pero tú Agustina  ¿te parece que vives, así como lo haces?
    -Tú no conoces lo que es la vida en serio, porque la ciudad te muestra un modelo que para nada es la realidad porque es una vida de apariencias.
Ahhh... pensaba Silvio, voy a tener que agudizar mis sentidos para entenderla porque es mucho más de lo que pensaba y cada vez me gusta más la magia que fluye de ella.
Pidieron café y luego se retiraron del lugar. Pasearon un poco por la plaza y fueron a una heladería. A Silvio le encantaba escucharla y quería prolongar ese encuentro, pero Agustina le propuso el regreso. Desde luego que ya eran las tres de la mañana del domingo. Silvio, como buen caballero, la tomó del hombro delicadamente y caminaron hacia el auto. Intercambiaron los números de la telefonía móvil y quedaron para salir otro sábado, pero antes aceptó la invitación de Agustina a cabalgar una tarde por los campos y conocer los rincones que ella le había contado.
Aunque él no tenía mucha experiencia con las cabalgatas porque no estaba acostumbrado se prometió practicar todos esos días que faltaban para ese paseo. Si bien, había hecho paseos con su abuelo, no era fácil estar a la altura de Agustina porque ella desde pequeña era muy buena amazona. 
Pero él no se iba a quedar atrás porque le interesaba mucho la joven y porque deseaba compartir con ella los agradables momentos que sabía irían a pasar. Se había sentido muy bien con ella a pesar que al principio lo había tomado como una cortesía de vecino o una salida más, como pasaba en la ciudad que todo era sin compromiso, sólo diversión y pasar el tiempo.
Se sintió sorprendido porque esto era diferente ya que Agustina lo había movilizado sin proponérselo ni hacer nada para que esto se diera, ya que ella actuaba naturalmente. Por eso mismo pensó que era la mujer que a él le gustaría para su vida y además desde que la vio no se la pudo sacar del pensamiento.
¿Qué era todo esto? Sentía extraño  lo que esta chica generaba en él y lograba sacar de dentro, algo que ni él mismo conocía y no sabía que tenía, ¿Serán éstos los sentimientos que había escuchado de personas que, evidentemente, sabían lo que era el verdadero  “AMOR”? ¿Cómo había cambiado en tan poco tiempo? ¿Era un milagro?. Siempre existen las posibilidades de cambio en las personas y se parecen o son un milagro, el que no lo sabía era él y le dio la impresión que había estado dormido y que ahora despertaba ante un mundo totalmente diferente y que no sabía que existía.
Si lo vieran sus amigos, bahh... mejor dicho, compañeros de salidas y diversiones, porque ahora veía todo diferente y le gustaba mucho más este mundo que el ficticio que vivía.
Menudo dilema tendría con sus padres si prosperaba la relación con Agustina porque debería elegir vivir en la ciudad o en el campo.
¿Aceptaría Agustina ir a vivir a la ciudad?.
Todo esto pensó en fracciones de segundos porque los pensamientos van a la velocidad de la luz.
Llegaron a casa de Agustina y él, muy caballero, la acompañó hasta el pórtico y se despidieron con un beso en la mejilla mucho más emotivo que las veces anteriores. 
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A la mañana siguiente, madrugó, los pensamientos sobre la noche anterior con Agustina, no le permitieron consolidar el sueño, debía tomar decisiones y no dejar desvanecer estos momentos, que podrían llegar a ser cruciales para ambos. Tomó el primer café reglamentario con su abuelo y salió para continuar con el trabajo empezado, que ya estaba llegando al fin programado; por suerte sus eficientes ayudantes también llegaron temprano y juntos emprendieron las tareas.
A mitad de la mañana cuando apareció como de costumbre su abuelo con los emparedados, aprovechó para comentarle que después del mediodía, mientras los muchachos pintaran las paredes externas del galpón, como les había encomendado, ensillaría su Negrito y enfilaría a la casa de doña Viviana, pues había aceptado la invitación de Agustina para cabalgar un poco por los alrededores.
    -Bueno, bueno, parece que te picó fuerte la susodicha, despacito no sea cuestión de que te agrade la picazón, je.je.je.....Don Zelig, dijo esto con un pronunciada sonrisa en su rostro.
Silvio solo murmuró...no quiso hacerla más larga, pero agregó...
    -Veremos, veremos...
Las cabalgatas, que en un principio estaban compuestas por los cuatro jinetes, rápidamente se convirtieron en un dúo, pues Miguel y Marcela, decidieron dejar sola a la nueva parejita.
Esos encuentros, acompañados de largas charlas, frente a la luna, los fue acercando cada vez más, lo que les permitió conocerse e inclusive a hacer planes para el futuro.
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Silvio no podía creer que esta muchacha, con aspecto frágil era, no sólo bella, sino fuerte, decidida y llena de virtudes. Él, que no pensó nunca en casarse, se había enamorado como no imaginaba que existiera ese sentimiento. Ella le había educado el oído para distinguir el canto de los pájaros en el día y por la noche las aves nocturnas, el croar de ranas, los grillos y todo el bicherío que al atardecer cobraba vida en el campo. Le había mostrado los rincones más bonitos y llenos de magia. Le había hablado del "Mundo Elemental" a lo que él extrañado había preguntado: ¿mundo elemental?
Y allí estaba aprendiendo, descubriendo y comenzando a amar todo aquello que cada vez le gustaba más y no le resultaba ni extraño ni desconocido,  era como que él conocía todo aquello sólo que no lo recordaba. 
Le habló de los habitantes del agua cuando entraron al arroyo, le enseñó a amarlos, respetarlos y admirarlos. Lo mismo hizo con los que habitaban la tierra y el aire.
Él, se maravillaba de todo esto porque jamás lo había pensado ni visto de esta manera, se acordaba de haber estudiado en la escuela la flora y la fauna, pero sentir el alma de todo, nunca lo había oído. 
Agustina era una caja de sorpresas cada vez que salían. También habían salido a cabalgar con amigas de los alrededores, chicas y chicos bastante parecidos a Agustina en los gustos. Habían nadado en el arroyo y también habían ido al pueblo a pasear, a bailar y a divertirse en la única casa de juegos que allí había, donde el billar era el entretenimiento  preferido de Agustina. No podía creer cómo se divertía y lo más sorprendente era que no extrañaba para nada la vida de la ciudad.
Es más, pensaba cómo había podido vivir en esa vorágine que traga a las personas y les obnubila la mente. Acá no faltaba diversión y todo lo concerniente a la vida moderna, pero en su justa medida sin rayar los extremos. Tampoco había tantas cosas como en la ciudad. Pero aquello, en definitiva, sólo servía para tentar a la gente a gastar innecesariamente en elementos, ropas, calzados, comidas, y muchas banalidades, que inducían a una competencia feroz y a un consumismo desmedido. Por eso había tantas personas con enfermedades psicosomáticas.  Allá había de todo, pero faltaba el diálogo, el interés por el otro y el conocimiento de la vida interior de las personas. 
Todo esto pasaba como una película por los pensamientos de Silvio.  Ese atardecer de luna llena habían ido en su acostumbrado paseo y allí decidido y sin querer perderle, le propuso matrimonio. Ella quedó en silencio y se le cruzaron miles de cosas por la mente: "nos conocemos poco, no se si estoy preparada, no se si él está dispuesto a cambiar su mundo por este, hay muchas cosas que todavía no se de él", todo eso pensaba cuando Silvio la interrumpió:
    -¿Aceptas mi propuesta?
    -Me ha sorprendido y tomado desprevenida.
    -Mañana debo volver a la ciudad y quisiera tener algo concreto para hablar con mis padres y comenzar con el preparado de nuestra boda.
    -¿Nuestra boda? Suena fuerte en tan poco tiempo. No se si sabes que vivimos en mundos totalmente disímiles. ¿Estás dispuesto a cambiar la ciudad por el campo? Todo esto que vivimos es hermoso pero no olvides que no es lo mismo estar casado que vivir un noviazgo.
    -¿Y qué diferencia le ves tú? Yo estoy dispuesto a dejar todo lo de allá. En definitiva me di cuenta en este tiempo que aquello no es la VIDA, es la sobre vivencia en un mundo alocado y lleno de ruido, ruido y más ruido y ¿sabes cuántas veces me sentí mal al escucharte y escuchar a todos que hablan un mismo idioma que yo no conocía? Hasta el abuelo habla como tú y conoce muchas cosas que yo no sabía y cuando él hablaba y me enseñaba, no lo escuchaba.
Agustina lo abrazó, le besó la frente y le dijo,
    -Todavía no has conocido todo, porque la magia que acá se vive es infinita y el amor cuando se va a conjugar  y se va a fundir en la entrega total, no imaginas lo que es.
Silvio quedó extasiado y se dio cuenta que tanto amaba a esta chica que la había respetado y conservado como a un verdadero tesoro. En ese momento tomó una decisión y no quería perder más tiempo. Se puso de pie, tomó la mano de Agustina para que se levante, la abrazó y besó con ternura y pasión infinita.
Invitándola a montar en su caballo a la vez que él lo hacía también, agregó,
     -¿Nos casamos?
    -¿Puedo negarme?
    -Desde luego que no- se rieron mucho como dos chicos.
    -Claro que acepto, si te esperaba hace mucho tiempo.
    -¿Cómo que me esperabas si no me conocías?
    -Me lo dijo un Sabio del Mundo Elemental, que vendría el hombre que me amaría como yo deseaba.
    -Ya me voy a preparar mis cosa, hablaré con el abuelo y mañana temprano voy a casa de mis padres (ya no dijo: a mi casa), preparé todo y regresaré con ellos a ultimar detalles para "nuestra boda". No quiero esperar más. Ahora me doy cuenta que no existen las casualidades, sino las causalidades. Por eso vine del abuelo.
Llegaron a casa de Agustina, se apearon y él la acompañó llevándola del hombro y entraron en la sala donde Viviana estaba mirando televisión, esperándola para cenar, les sonrió e invitó a cenar a Silvio.  Éste aceptó. Pidió a Mercedes que agregara la vajilla para él. Se sentaron a la mesa y entre intercambio de opiniones sobre todos los temas de interés, pasaron una cena muy agradable. Luego se sentaron en la sala a tomar un café y Silvio, como un buen caballero le informó,
     -Mañana viajo a la ciudad.
    -Ahhh, ¿terminan tus vacaciones? - Miró a Agustina porque sabía que los chicos habían comenzado un romance, pero ella lejos de estar triste estaba sonriente y complacida.
    -Mis vacaciones se van a prolongar por el resto de mi vida porque voy a volver la semana entrante con mis padres porque nos vamos a casar con Agustina.
Y así, de sorpresa, los chicos le contaron a la madre los proyectos futuros.

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AUTORES:
*Ana Tabares (Argentina)
*Beto Brom (Israel)

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*Registrado/Safecreative N°1512166044136
*Imagen ilustrativa de la Web
*Música de fondo: Cuarteto Europeo/ Boccherini/Menuet