Dicen los entendidos, que las
relaciones entre una mujer y un hombre son consecuencia de un posible encuentro
fortuito.
Así también pensó Augusto, al día
siguiente que encontró buscando taxi, a la salida de la estación de tren, a Elizabeth.
Era una tarde gris, el frio era
cortante, la temperatura varios grados bajo cero, y ella al punto de la
desesperación…no se veía un vehículo de alquiler ni por casualidad. Caminaba de
aquí para allí, sin saber que hacer…
-Perdóneme señorita, veo que los nervios la están consumiendo, entiendo
que está buscando un taxi ¿verdad?
-Si, por supuesto, usted es taxista me imagino…
-No se equivoca, mi coche está unos metros más adelante, con gusto la
llevaré donde necesite, ¿a qué hotel la llevo?
-Al Palamira Centrun, y mucho se lo agradeceré.
-No hay problema, deje que la ayude con su valija….sígame…
Elizabeth le entregó el equipaje y
lo siguió unos veinte metros hasta donde estaba estacionado el coche. Llegaron…
se acomodó en el asiento, y el chofer comenzó a viajar rumbo al hotel
requerido.
El taxista era un hombre
relativamente joven, de buen porte y, extremadamente educado, no parecía ser un
taxista.
Llegaron al hotel mencionado y le
ayudó a bajar su equipaje para que el maletero lo llevara a la recepción de
éste.
Augusto no pudo evitar sentirse
atraído por Elízabeth. Ella era una mujer que frisaba los treinta. No era
precisamente una mujer bella, pero era bastante atractiva. Tenía unos hermosos
ojos color miel con una mirada inteligente, sus cabellos eran castaños y
también tenía una bella sonrisa.
Elízabeth pagó su servicio y él le
dijo…
-Si desea transporte para mañana le dejo mi tarjeta y yo estaré aquí
para llevarla donde deseé.
Ella aceptó gustosa el ofrecimiento,
le atraía la idea de volver a verlo.
Ella era una mujer de buenos
modales, educada, con una profesión y bien establecida en una empresa
transnacional, con poco tiempo para tener una relación sentimental… lo que le
importaba por el momento era su trabajo y la empresa para la que trabajaba, más
ahora que le habían ofrecido un puesto importante en esa ciudad.
Por su parte, Augusto era un hombre
con pasado; hacía un tiempo que había enviudado, tenía dos hijas y se le
conocía como un conquistador, a pesar de su apariencia tranquila, éste era el perfil
con el cual él navegaba.
Al recibir la llave de la habitación que le
fue asignada, una amplia sonrisa apareció en su rostro, la N° 11, su número de
suerte. Ya acomodada, y después de un reconfortante baño, requirió el servicio
de envío a las habitaciones, un par de emparedados acompañados de un
refrescante té verde caliente, fueron más que suficientes para llevarla a la
cama, y descansar hasta la mañana siguiente.
Tendría un agitado día por delante;
bajó, tomó un cargado café negro mientras llamaba por el celular al número del
taxista que figuraba en la tarjeta recibida la noche anterior.
-En escasos diez minutos la esperaré en la puerta del hotel, señorita.
Cuando salió del hotel, su amable y
servicial taxista ya estaba aguardando.
-Buenos días, contenta de verlo nuevamente.
-Buen día, señorita, ¿dónde la llevo?
-A Publicaciones Internacionales, ¿sabe dónde se encuentra el
edificio?...
-Sí, por supuesto, estuve varias veces por allí, con seguridad tendrá
que hacer trámites…
-No, nada de eso, hoy empiezo a trabajar allí, veremos cómo resulta.
-Ohhh…que alegría, ¿es por ello que la noto un poco
nerviosa?....perdón…no quise ser molesto, perdón…
-No ha sido ninguna molestia, menos mal que me lo dice…trataré de
calmarme, ni que fuera una joven colegiala en su primer día de clase, ja,ja,ja…
-No estamos lejos, unos escasos quince minutos y llegamos, póngase
cómoda…
Llegaron. Se despidió del chofer, y
caminó hacia la entrada del imponente edificio, que en nada ayudó para
calmarla, muy por el contrario. Ya se me pasará, se dijo para sus
adentros.
Fue muy bien recibida; no pudo salir
de su asombro al saber que ya estaba preparada la que sería su futura oficina,
amplia, llena de luz, pero un poco fría y nada acogedora; pensó que con el
tiempo la iría adornando a su gusto. La mayor parte del día, lo ocupó en
conocer las diferentes dependencias, a su secretaria, una agradable señora, y
los distintos colaboradores; su jefe, muy cordialmente, la invitó a participar
en una reunión con la plana mayor de la empresa local, quienes serían sus
colegas con los cuales compartiría sus días de trabajo en lo sucesivo.
A media tarde, un poco cansada con
el trajín de los papeleríos burocráticos, decidió dar por terminado el día; uno
de sus nuevos compañeros, el de la oficina vecina, ofreció llevarla en su coche
al hotel, pero en forma amable rechazó la propuesta, insinuando que debería
hacer unas compras necesarias. Llamó a su taxi, y concretó que la pasara a
buscar a la brevedad posible.
Augusto llegó más rápido que pronto,
le encantó y era
conveniente seguir viendo a Elízabeth y pensó, creo que me está
interesando más de lo debido, pero no
debo dejarme llevar por los sentimientos. Ella es una mujer de negocios
y yo, se supone, un simple
taxista.
En realidad, él tenía una carrera
universitaria sin terminar, no era un ignorante, tenía preparación y cultura,
además de sus dotes de Don Juan.
Había tenido que dejar la carrera
cuando se casó, para poder trabajar y sostener una casa, situación que se
prolongó cuando llegaron las hijas. Había sido muy difícil para él conseguir un
empleo relacionado con su carrera, químico industrial, por no tener los
documentos que lo avalaran, así que, decidió comprar un taxi, que no le dejaba
malos rendimientos, podía sostener a sus dos hijas desahogadamente, pero tenía una esposa demasiado demandante
así que se procuraba otros negocitos.
Elizabeth abordó el taxi, él
preguntó:
-¿A dónde quiere que la lleve?
-Al hotel, por favor, estoy cansada.
- ¿Y se irá a encerrar tan temprano?, disculpe el atrevimiento…
-No conozco a nadie todavía en esta ciudad.
-Me disculpo, nuevamente, pero si gusta yo le puedo enseñar algunos
lugares interesantes, esto sería como una cortesía, no haré ningún cargo extra,
será un placer hacerle compañía.
Elízabeth lo pensó un momento, le
parecía un poco aventurado aceptar la invitación; era un extraño, aunque había
algo en él que le daba confianza y no le era para nada desagradable, todo lo
contrario, y realmente deseaba distraerse un poco, conocer la ciudad donde,
desde ahora, trabajaría y viviría.
Descansó un poco, tomó un baño y
procedió a vestirse sencillamente, no sabía adonde la llevaría. De repente se
sintió extraña al estar ansiosa porque él llegara.
Fue puntual, llegó a las ocho en
punto, entró a la recepción y pidió avisaran a la Srta. Elízabeth que estaba
esperándola.
El cambio en él fue admirable, ella
se sorprendió. Vestía completamente diferente, se veía distinto, no como un
taxista. Afuera empezaba a llover de nuevo, en realidad no era una noche como
para salir.
Subieron al coche, y ella no atinó a
preguntar dónde se dirigían. Esperó…
-Te gustan las flores, ¿verdad?
-Si, por supuesto, las rosas amarillas en especial, ¿por qué lo
preguntas?
-Soy experto en sorprender a las personas, y te tengo preparada una
sorpresa que con seguridad te encantará…un cortito viaje y tendrás una vivencia
que la recordarás por mucho tiempo.
Mientras conversaban, se percató que
estaban saliendo de la ciudad, y no pudo aguantarse sin preguntar.
-¿A dónde
vamos?
-No estés tan impaciente, confía en mí, ¿te es muy difícil?
-Ummm…veo que te has propuesto hacerme una noche especial, lo cual
agradezco, pero…está bien, confío en ti, el mundo está hecho para los
valientes.
Al cabo de unas decenas de
kilómetros salieron del camino, dirigiéndose a un angosto camino
secundario…unos metros delante se veía un inmenso portón añejo… sobre el marco
que lo sostenía, se distinguía un letrerito iluminado. Elízabeth logró leer:
“Las Glorietas”. Se le escapó, sin querer un…
-Ohooo…que romántico…
“Las Glorietas” era un pequeño
restaurante muy íntimo, romántico. Había una chimenea y las mesitas
individuales arregladas con un pequeño florero, conteniendo unas margaritas y
una gardenia, un quinqué alumbraba la mesa y hacía más acogedor el lugar.
Pidieron una copa de vino tinto y
ordenaron una cena ligera: salmón y ensalada. Al calor de ambiente se contaron
mutuamente sus historias. Lo que Elízabeth no sabía era que la historia de él
era un invento. Efectivamente trabajaba como taxista y había cursado a media
una carrera universitaria, pero no era viudo ni tenía hija alguna. Era un
tarambana que engatusaba a las chicas, especialmente a las que tenían
posibilidades económicas, había en su haber algunas casadas a las que
extorsionaba después. Elízabeth gozaba de buenos recursos por su trabajo y
tenía unos padres bastante pudientes; de todo ello se enteró por boca de ella,
que lentamente se relajó y relató sobre su vida…quizás más de la cuenta.
Afuera no solo seguía lloviendo, era
una tremenda tormenta y hacía un frío que congelaba los huesos, por lo que él
le dijo:
- Imposible regresar a la ciudad con esta tormenta, un poco más adelante
tengo una cabaña de descanso, la utilizo los fines de semana con mis hijas, te
propongo que pasemos ahí la noche, no te preocupes, tiene dos habitaciones,
además es viernes y mañana no tienes que ir a la oficina.
A ella le pareció buena idea y él le
inspiraba confianza a pesar de apenas conocerlo. Pero, por esa cosas raras que
no siempre sabemos la causa de su aparición, le vino a la mente una vivencia
nada agradable ocurrida a Betty, su hermana mayor, que se dejó engatusar por un
desalmado mequetrefe, que durante largo tiempo la cortejaba, y resultó ser un
ávido embustero que logró despojarla de casi todos sus ahorros, con el cuento
de un futuro casamiento, esfumándose, cierto día, como el viento de una brusca
tempestad.
-Mucho te agradezco, pues en verdad me agradaría aceptar tu invitación,
pero siento un repentino malestar…quizás por el vino tan sabroso que tomamos,
posiblemente en demasía…por lo tanto, y por favor sabe comprenderme… llévame de
regreso al hotel, no lo tomes a mal… ¿sí?
Esta inesperada respuesta, la
recibió Augusto como un balde de agua fría, no imaginó tal reacción de su
homenajeada; creía en su fuero interno que había logrado “atraparla” en su red.
Rápido y sin dudar, trató de minimizar el incidente.
-Cuanto lo lamento…me siento un poco culpable…por lo tanto, insisto en
mi propuesta de llegarnos a mi cabaña, está cerca y pronto podrías recostarte y
así calmar tu indisposición, ¿no crees que es lo más conveniente?
Elizabeth, no sabía cómo zafarse de
este supuesto galán…ya le está resultando un poco molesto con su oferta.
Respiró hondo…
-Quiero que me entiendas, ¡deseo volver al hotel!, y de no ser posible
contigo, te pediría que hables con el mozo para que pida un taxi de la ciudad,
por favor…
Augusto realmente quedó sorprendido
al ver que sus tácticas de conquista no le habían surtido efecto esta vez, por
lo que dijo:
- Esta bien, no deseo que te molestes, si realmente estás indispuesta es
mejor hacer lo que sugieres, te llevaré de regreso al hotel y mañana pasaré por
ti puntualmente para llevarte a la oficina –
Elizabeth respiró tranquila. En
realidad, el tipo le estaba atrayendo más de lo que ella desearía, pero pensó
que tenía que conocerlo un poco más, porque no quería pasar por lo que su
hermana había pasado y esto la hizo tomar las cosas con cierta cautela;
seguiría utilizando su transporte y, tal vez, saliendo con él para conocerlo. Olvidó
que hay ocasiones en que nunca se acaba de conocer a una persona.
Al siguiente día, Augusto estaba
puntual en el hotel para llevarla a la oficina y, así transcurrió toda la
semana, hasta que llegó el viernes.
Nuevamente, Augusto la invitó a
salir. Podían ir otra vez a “Las Glorietas” ya que el lugar le había gustado
tanto y, ésta vez la convencería de ir a la cabaña.
Elízabeth aceptó gustosa,
sorprendiéndose de que toda la semana había esperado la llegada del viernes
para que él la invitara a salir y, volver a “Las Glorietas” le entusiasmaba
realmente, éste era un lugar íntimo y romántico y ella era una romántica
incorregible.
Llegaron al lugar, cenaron y tomaron
vino, tal vez, más de lo conveniente, ella se sentía un poco mareada, eufórica
y complaciente, situación que Augusto aprovechó para llevarla a la cabaña. Esta
vez llovía también, pero no tanto, así que el trayecto a la misma fue
tranquilo.
Finalmente, ella conoció la cabaña y
le agradó: había una chimenea, una confortable salita y una cocineta, pero una
sola habitación, la otra era algo así como una pequeña biblioteca, pero no
había teléfono. Recorrió la cabaña y entró a la pequeña biblioteca y,
sorprendida vio que sobre una pequeña mesita había una cuerda, un cuchillo y
una pistola.
-¿Te agrada mi pequeño escondite?- preguntó el dueño casa, que estaba
apoyado en la puerta detrás de ella.
-Si, por supuesto, tiene todos los detalles necesarios para hacerlo
acogedor, lo que no entiendo ¿por qué lo llamas escondite?
-¿Te parecería mejor que lo llame refugio?
Al percatarse que Augusto se
acercaba a ella, tomó la pistola y mientras jugaba con ella respondió…
-Refugio…hummmm… ¿porqué, piensas hacer alguna fechoría?- y apuntó el
arma hacia él.
-¡CUIDADO!, está cargada…
Pero la advertencia quedó suspendida
en el aire, mezclándose con el ruido del disparo.
El susto unido a la sorpresiva
situación, conmovió sobremanera a la invitada. Soltó el arma, se acercó al
cuerpo de Augusto desmoronado en el suelo…no atinó a tocarlo…pronunció su
nombre…ninguna respuesta, ninguna señal de vida…
-¡¡¡QUE HORROR!!!- se arrodilló frente al cuerpo inerte y comenzó a
llorar…
Fue tanta la impresión que no
acertaba a saber qué hacer. Le tocó la yugular y vio con desesperación que ya
no había nada qué hacer. Debió llamar a la policía, pero no lo hizo. Habría
muchas preguntas y no le creerían que había sido un accidente.
Empezó a caminar en la habitación
pensando qué hacer. No conocía el lugar y no podría regresar en el auto de él…
¿cómo lo explicaría?
Finalmente, decidió que enterraría el cuerpo en el pequeño
jardín y caminaría hasta el pequeño restaurante, ahí pediría un taxi para regresar a la
ciudad.
Borró con un paño todo lo que había tocado y salió decidida a caminar, no
importaba cuánto. Estaba a punto de llegar al paroxismo, pero pensó que tenía
que calmarse. Después de todo en la oficina no sabían que él iba a dejarla y a
recogerla todos los días, nadie sabía de él.
Volvió sobre sus pasos…buscó en la
pequeña cabaña algo con qué excavar; había dejado de llover y esto le facilitó
hacer su tarea. Arrancó unas plantas y excavó lo más que pudo. Fue bastante
difícil arrastrar el cuerpo de Augusto, pero lo hizo, regresó la tierra al foso
y volvió a poner las plantas.
Regresó a la cabaña y dejó todo como estaba.
Caminó alrededor de tres horas, la
carretera era muy solitaria, no vio pasar ningún auto y eso era mejor. Estaba
exhausta, despeinada y sucia, la lluvia había comenzado a caer nuevamente.
Decidió caminar descalza, los tacones le molestaban. Se sorprendió de la sangre
fría con la que estaba tramando todo, pero no podía permitir que se le acusara
de asesinato, ¡había sido un accidente!, pero nadie le creería.
Llegó al pequeño restaurante,
arregló un poco su peinado y calzó los tacones. En la entrada había un teléfono
público y pudo pedir un taxi sin que nadie la viera.
Llegó a su hotel, estaba a punto de
desmayarse por todo lo acontecido, tomó un calmante, se quitó la ropa que puso
en una bolsa, tomó un baño y pensó que, a la mañana siguiente, la tiraría en cualquier
bote de basura.
Le fue imposible conciliar el sueño,
todo era su mente era un torbellino de suposiciones y dudas…con seguridad la
compañía de taxis, avisaría a la policía sobre la desaparición repentina de
unos de sus choferes; además era muy probable que más de uno de los colegas de
Augusto, supieran de la existencia de aquella casita en el bosque, y no
tardarían mucho en llegarse hasta allí…y por supuesto al descubrir el coche
estacionado, se abrirían una serie de probabilidades…no faltaban expertos que
revisarían cada recoveco de la casa en busca de alguna pista y más que seguro
que no dejarían palmo del terreno alrededor del inmueble sin inspeccionar.
Imposible dormir...se levantó…llamó
al servicio para las habitaciones y pidió un café fuerte.
Debía, calmarse y tomar decisiones.
Barajó una serie de salidas posibles…una más descabellada que la otra, ella
misma se asombró de su imaginación… entre las cuales no descartó una sencilla y
rápida, presentarse en la policía y relatar lo ocurrido…
Llegó la mañana, ya tenía su
equipaje listo, y la decisión tomada.
Se presentaría en la oficina y
explicaría que había una urgencia familiar, por lo que tendría que viajar a su
lugar de origen, solicitaría una licencia de algunos días y vería cómo se las
arreglaría para renunciar al puesto y que la reintegraran a su puesto anterior.
No era fácil dar explicaciones, había luchado mucho por obtener el puesto.
Tomó el vuelo de regreso y, al
llegar, su nerviosismo era tal que creía enloquecer y tuvo que tomar un calmante
para poder presentarse a la oficina a los dos días, ya más calmada. Su
explicación fue tan banal y sin embargo le creyeron; Tenía un problema familiar
y a eso se agregaba que no se acostumbraba a la ciudad y prefería seguir en el
antiguo puesto. Era un elemento valioso, por lo que, no tuvo problemas para que
la reinstalaran. La idea de presentarse ante las autoridades desapareció de sus
planes.
Los siguientes días fueron
terribles, consiguió periódicos del lugar donde sucedió todo y vio que no
habían publicado nada del crimen todavía, era demasiado pronto.
La compañía de taxis para la que
trabajaba Augusto, efectivamente, reportó su desaparición y empezaron las
investigaciones.
Elízabeth olvidó que la compañía de
taxis llevaba un récord de los pasajeros que Augusto, como otros chóferes,
hacía y, además, aparecieron las huellas de ella en el auto de él.
Pasó una larga semana. No fue fácil
reincorporarse a su anterior empleo,
estuvo obligada a ocupar horas extras para ponerse al tanto de las novedades y
cambios ocurridos en su ausencia; al punto tal que los días empezaban y
terminaban, y ni tiempo de pensar en “el asunto”, así decidió llamarlo.
A mitad de la segunda semana de su
vuelta, recibió la visita en su oficina de dos detectives de la Policía
Federal. Presentaron sus credenciales y solicitaron, de ser posible, conversar
con ella sobre su estadía en el Hotel Palamira Centrun, en la ciudad Cabo
Norte; agregaron que ya habían conversado con el Jefe de Personal de la
empresa…quien les había confirmado sobre su traslado a aquella ciudad y la
corta duración de su trabajo en la sucursal.
No obstante la reunión fue
imprevista, tomándola de sorpresa, supo mantenerse callada, sin emitir vocablo
alguno, hasta que quedaron flotando una serie de preguntas que los avezados
profesionales arrojaron al aire, aguardando sus respuestas.
Más tarde, una vez finalizado aquel
primer encuentro, aun no supo explicarse de donde consiguió esa frialdad que la
mantuvo tiesa como un experto jugador de póquer.
Con
voz pausada, firme y sin titubear, relato a grandes rasgos su estadía en
aquella ciudad; evitó responder a las preguntas directamente, para no entrar en
un simple interrogatorio, pues temía una confrontación; lo que sí, no escatimó
agregar algunos pequeños detalles, pero sin darles demasiada importancia, como
donde compraba los alimentos, en que bar se reunía con sus colegas a tomar una
copa después del trabajo, y también comentó que había hecho un arreglo con un
chofer de taxi, para que la lleve desde el hotel hasta la oficina, ida y
vuelta. En una palabra, trató de cubrir todos puntos, y así lo creyó.
Como lo había supuesto, los
policías, quedaron aparentemente satisfechos, dieron por terminada la reunión,
se despidieron y abandonaron la oficina.
Dos días después, a horas tempranas,
unos golpes en la puerta de entrada de su casa, la despertaron sobresaltada…se
puso un abrigo y llegó hasta la puerta…al abrirla se encontró con los dos
detectives que la interrogaron en su oficina, acompañados con dos mujeres
policías, quienes se acercaron a ella y sin ninguna clase de preámbulo, le
informaron que tenían orden de arrestarla, acusada de asesinato. La escoltaron
hasta el dormitorio, aguardaron que se vista, y le permitieron llevar un
pequeño bolso con sus efectos personales y algunas prendas.
Aquella nefasta mañana, ocurrida
hace ya más de tres años, hoy mirando el río que pasaba cerca de la cárcel
donde cumplía la sentencia de ochos largos años, le vino a la mente esa
pregunta que volvía y volvía…¿en qué se había equivocado?
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Autores
ESTELA RUBIO ZAMUDIO (México)
BETO BROM (Israel)
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*Registrado/Safecreative
N°1805267189142
*Imagen de la Web c/texto anexado
Ya me había llegado por otro medio, este excelente cuento. Gracias maestro, felicitaciones a los dos.
ResponderEliminarAlegría verte por aquí, amigazo.
EliminarTe agradecemos tus huellas.
Un abrazo
Shalom
Beto, amigo, un placer leer este estupendo relato.
ResponderEliminarFelicitaciones a los dos. Bravo!!!
Un abrazo.
Que gustazo recibir tu visita, Emilia, mucho agradecemos tus huellas.
EliminarAbrazotes, de ambos, para ti, amigaza