Aquella fue la noche en que la
última gota logró rebalsar el vaso.
La pareja ya había conversado sobre
el tema, cada uno había expuesto su punto de vista sin llegar a ponerse de
acuerdo, y por lo tanto reincidieron las conversaciones, pero siempre con el
mismo resultado.
Él insistía una y otra vez que desde
niño quiso ser actor, lo cual lo llevó a participar en toda obrita escolar
posible. Le gustaba imitar a personajes distintos, raros, inclusive aquellos
que le aterraban. Era otro mundo que lo apasionaba. Ya en la secundaria se
anotó en cuanto grupo teatral se organizaba. El teatro lo atraía como un imán
inmenso imposible de desechar.
Ella lo escuchaba, pero sin llegar a
comprender hasta qué punto aquella inclinación podría convertirse de una
ilusión a una compulsión, y ese detalle le impedía aceptar la excesiva
dedicación de su querido, que pretendía llamarse actor.
Lo que comenzó como una más de las
charlas sobre “el tema”, a paso lento fue tomando un cariz distinto, de momento
a momento más agresivo.
-Lo que ocurre es que no tratas ni siquiera de escuchar mis palabras…
intento ser lo más explícito posible… es en vano… eres una pared, te encierras…
interpreto que dejaste de comprenderme. ¡Soy actor, es más, siempre lo fui!
Olivia, quien durante meses había
intentado hacerlo entrar en razón por medio de la palabra, entendió que había
llegado el momento de ser más ruda. Stanley necesitaba enfrentarse con los
monstruos que lo venían persiguiendo desde hace tiempo, pero desde su realidad
palpable y no escondiéndose detrás del escudo que le proveía un personaje.
Lo tomó por los hombros y lo sacudió
con fuerza, luego lo empujó hasta dejarlo sentado en la silla que tenía detrás.
Él se sorprendió ante el brusco
accionar de su chica y temió por lo que vendría después.
-Ha llegado el momento de que asumas tu condición: ¡Eres un enano! Y
siempre lo serás por más que te ocultes detrás de esos disfraces de príncipe,
emperador de las galaxias o líder de un ejército de muertos vivientes. Deja ya
de hacer el ridículo. ¿En verdad crees que te aplauden por tu talento? Jajaja
¡No me hagas reír! Les sirves de bufón y me desespera que no te des cuenta.
Traté de hacértelo entender sin lastimarte, pero no me dejas otra opción que
cachetearte con la realidad. Podrías trabajar en el circo de mi padre, sabes
que sería una gran alegría para mí que estuvieras a mi lado en el escenario
haciendo malabares. Ése es el lugar para nosotros, los enanos. Seguirás
teniendo multitudes atentas a tu accionar, tal como te gusta, pero
aplaudiéndote, no burlándose de ti. Sabes que te amo y todo lo que digo es por
tu bien. Aprenderías rápido el arte del malabarismo, estoy dispuesta a dedicar
todo el tiempo que se requiera para enseñarte.
Aquellas palabras lograron volverlo
en sí. Eran duras, directas, quizás algo hirientes, pero sin duda consiguieron
mover sus pensamientos. No obstante, luego de recapacitar, enfrentó sin ninguna
clase de escrúpulos a su querida compañera, que desechaba, o -mejor dicho- ignoraba su anhelo. Y sin
titubear le reprochó una a una sus quejas, pero esta vez en una forma que no
daba lugar a malas interpretaciones.
-En una sola cosa tienes razón, Olivia. ¡Soy enano! ¡Y no me avergüenzo
de ello… es más, estoy orgulloso de serlo! Y es por ello que acabo de tomar una
resolución, ¡te dejo! Conoces muy bien mis sentimientos hacia ti, sabes cuánto
te quiero, pero ha llegado el momento en que debo dedicarme de lleno a mi
profesión. Siempre te querré y mucho te extrañaré. No me busques, evitemos
encuentros no deseados. Quiero hacer mi vida. Adiós mi amor…
Con pasos lentos fue hasta la
puerta, la abrió y con suavidad la cerró tras él.
Olivia quedó anonada ¡ni siquiera
emitió una palabra!, quedó tiesa mirando la puerta cerrada. ¿Todo había
terminado?... quizás estaba soñando, tal vez era una angustiosa pesadilla…
Los días con sus noches continuaron
el ciclo de la vida… y pasaron los años…
Como sucede en todo comienzo, el
inicio como actor resultó difícil para el principiante Stanley. Un sinfín de
entrevistas, libretos y decenas de pruebas colmaron sus primeros meses. Todas
las tratativas, con sus consecuentes rechazos, lo incitaron a proseguir con su
empeño.
Sus ahorros empezaron a preocuparlo,
era imprescindible encontrar alguna ocupación para solventar sus gastos
elementales, tales como el alquiler del departamento que ocupaba, la comida y
lo demás…
En un día gris estaba desayunando en
un pequeño bar, cercano al teatro en el cual debería presentarse para otra de
las audiencias, en las que se elegiría el elenco para la próxima obra a
estrenarse.
Una pareja entró en el lugar y se
ubicó en la mesa vecina. De acuerdo con sus vestimentas, quiso creer que eran
actores… quizás se equivocaba, pero al escuchar la conversación entre ellos no
le quedó ninguna duda. Comentaban la poca cantidad de postulantes anotados para
el Casting.
Nuestro amigo no dejó escapar la
oportunidad. Decidido y con cierta arrogancia se acercó a la mesa de la pareja.
-Muy buenos días, colegas, mi nombre es Stanley y tengo mucho interés en
incorporarme al elenco de la obra, ¿me permiten sentarme con ustedes y así
conversamos?
La reunión duró un poco más de lo
pensado; el trío se levantó y se encaminó hacia el Teatro.
La sala era más amplia de lo que
Stanley hubiera imaginado, tal vez la compañía teatral tendría amplias
expectativas en cuanto a la asistencia del público.
La pareja había omitido revelar el
nombre de la obra a representar, querían sorprender a nuestro amigo
argumentando que se trataba de una de las piezas teatrales más importantes de
todos los tiempos.
El entusiasta enano caminó junto a
ellos con la vista puesta en el decorado, cuya ambientación era renacentista, y
en el fondo se divisaba una especie de catedral con su correspondiente
campanario.
El director estaba sentado en la
décima fila, prefería ubicarse a cierta distancia para cubrir visualmente la
totalidad del escenario. Ni bien vio
acercarse a la pareja de actores, acompañada de Stanley, se puso de pie para saludarlos.
- Los estaba esperando, llevan varios minutos de retraso, aunque según
veo valió la pena la demora – dijo, sin disimular su alegría al ver al enano.
- Señor Bolton, nos complace
presentarle a Stanley, quien desea incorporarse al elenco – dijo Estefanía,
emocionada por el fortuito hallazgo.
- ¡Genial! Ahora sólo nos falta encontrar a quien represente al capitán
Febo de Châteaupers. – exclamó Bolton, al tiempo que estrechaba con vigor la
mano del recién llegado.
- Agradezco esta oportunidad que me ofrece, señor – dijo Stanley, que no
dejaba de mirar en dirección al escenario.
- Señor Stanley, sea usted bienvenido a nuestra compañía, espero se
sienta cómodo entre nosotros – dijo el director, exhibiendo una amable sonrisa.
Pero Stanley comenzaba a atar cabos,
y en tanto avanzaba en sus deducciones su entusiasmo inicial se desmoronaba.
Amplio conocedor de la obra de
Víctor Hugo, no tardó en unir los datos hasta entonces recopilados: la catedral
renacentista, el campanario, la mención del capitán Châteaupers…
Comenzaba a explicarse la escasez de
postulantes y la evidente emoción del director al verlo ingresar junto a
Estefanía y Jean Claude, este último con notorio acento francés debido a su
origen, lo cual resultaba muy conveniente para esta obra en particular.
No había que ser muy inteligente
para darse cuenta de que su personaje sería el de Quasimodo, el jorobado de
Notre-Dame. Y recordó las palabras de su amada Olivia… ¡Cuánta razón tenía!
Lejos de allí, más precisamente en
la Ciudad de la Luz, el circo de la familia Duval seguía cosechando aplausos
gracias a la brillante performance de sus integrantes. Llevaban meses
recorriendo distintos países y consagrándose como uno de los mejores
espectáculos circenses.
La casualidad -quizás habría que decir ‘causalidad’- quiso
que la pareja de enanos tuviera a París como común denominador…
Aquellos días, en los que la
búsqueda del actor que pudiera representar a Febo parecía casi imposible, se
presentó un apuesto joven, de nombre Pierre, quien a simple vista parecía reunir todos los
requisitos, algo que fue comprobado después de algunas pruebas.
Quizás la diferencia tan notable
entre ellos fue justamente lo que los unió desde el primer día de su aparición;
Stanley le ofreció la posibilidad de compartir su departamento, y desde entonces
fue creciendo entre ambos una hermosa amistad.
Por suerte, al cabo de unos pocos
días se completó el elenco y comenzaron los ensayos. Stanley se sintió logrado,
había llegado a cumplir su sueño, era actor y pronto sería conocido. Lástima
que Olivia no estaba a su lado… ¡cuánto la extrañaba!
Una noche, leyendo un diario
local, Pierre comentó con su compañero
sobre el éxito que estaba recogiendo un circo, de nombre Duval, que estaba
actuando en aquellos días en París.
Al escuchar el nombre, el asombro de
Stanley fue inmediato; le arrebató el diario a su amigo y leyó la noticia, tras
lo cual exclamó: - Debo viajar hacia allí, es imprescindible que vea el
espectáculo de ese circo, ¿quisieras acompañarme?
Al otro día Stanley consultó con el
director Bolton sobre la posibilidad de suspender por unos días los ensayos,
para así tener el tiempo necesario para el viaje y poder presenciar la
actuación del circo; le expresó la suma importancia que para él significaría.
Al ver la emoción que demostraba Stanley, el director no pudo menos que acceder
al pedido.
La tarde siguiente ambos amigos
partieron hacia París.
Viajaron en tren, ya que el
presupuesto no alcanzaba para el avión.
Stanley no conocía la Ciudad de la
Luz y se mostró impresionado ante la magnificencia de su paisaje nocturno.
La carpa del circo Duval ocupaba
casi una manzana y se hallaba bien iluminada, de modo de poder distinguirse
desde lejos. Poseía a los costados de la entrada letreros de neón promocionando
los diferentes espectáculos ofrecidos por la compañía. Allí Stanley pudo ver en
letras de oro el nombre de su amada y un poco más arriba se leía en mayor
tamaño Circo de la familia Duval. Ningún otro nombre le importó a nuestro
amigo, pese a que había unos cuantos más…
Hicieron su presentación mimos,
payasos, magos, malabaristas, contorsionistas, acróbatas, trapecistas… y Olivia no aparecía…
Stanley no podía
disimular su preocupación, y al final de la función se dirigió hacia el camarín
del señor Duval para preguntarle por ella.
Frank Duval se mostró
sorprendido al ver al enano.
- ¡Stanley! ¿Cómo has estado después de
tanto tiempo? – expresó, intentando ser amable, aunque por dentro sintiera lo
contrario.
- Estoy ensayando para una obra que se
estrenará en breve en Madrid. Vine a París porque supe que su circo se
presentaba aquí, pero me extrañó no ver a Olivia. ¿Dónde está ella? – dijo
Stanley, visiblemente contrariado.
- La gente experimenta cambios a través del
tiempo. Olivia sintió la necesidad de crecer. No me refiero a su estatura…
jajaja, ella no se conforma con ser malabarista, y por ello lleva años
entrenándose para ser trapecista… pronto estará lista para debutar en esa
actividad. Trabajó muy duro y decidí que merecía unas vacaciones. – explicó el
señor Duval.
- ¿Trapecista, dijo? ¡Qué extraño! ¿Seguro
que Olivia quiere dedicarse a eso?... ¿Y cuándo estará de regreso? – preguntó
el enano con preocupación.
- En una semana – respondió el otro,
esquivando la primera parte de las preguntas.
- Eso es mucho tiempo, Stanley, no podemos
ausentarnos tantos días del ensayo – intervino Pierre.
- Tienes razón, debemos volver. No tiene
caso quedarnos si Olivia no está. Señor Duval, ¿cuánto tiempo más seguirá su
circo en París? – continuó Stanley.
- Tenemos contratado este espacio por un par de meses más, ya que la venta de
entradas superó todas las expectativas, y hay mucha gente que todavía no vio
nuestro espectáculo – respondió Duval, orgulloso de poder refregarle en la cara
el éxito del cual el enano no era partícipe.
- ¡Qué bueno! Intentaré obtener otro
permiso del director para regresar antes de que se vayan, así veo a Olivia. Fue
un placer, señor Duval – se despidió el
enano.
- Les
deseo buen viaje y mucha suerte – concluyó el padre de la chica.
Al día siguiente el dúo
partió de regreso a Madrid para ponerse a las órdenes del director Bolton.
Cuando Frank Duval le
comentó a su hija que el día anterior Stanley había visitado el circo, Olivia
escuchó la noticia y se ofuscó con él, no entendía la razón por la cual no lo
llevó a su camarín. Ella había estado observando el espectáculo gracias a una
abertura hecha con esa finalidad, en tanto dejaba su pie averiado en reposo.
Su padre había mentido,
Olivia no estaba de vacaciones, había padecido un pequeño accidente en su
entrenamiento como trapecista, y ello la mantuvo alejada del escenario un par
de días.
-¡Bien sabes cuánto lo extraño, me hubiera
gustado mucho verlo!… ¡dices que tanto me quieres y eres capaz de privarme de
mis deseos!… ¿Le preguntaste dónde se aloja? lo iré a ver… - exclamó Olivia,
muy enojada.
Don Frank no se animó a decirle que prefería evitar un
reencuentro, el cual podría entorpecer sus planes para lograr convertirla en
una gran trapecista… ello sería para él un gran orgullo, y para su hija un
posible salto a la fama mundial.
-No estaba solo, vino con un colega del
teatro, estaba apurado pues ya salían de regreso a Madrid, donde están
preparando una obrita en la cual él participa. Eso sí, te dejó muchos saludos y
te desea el mayor de los éxitos en tu nueva carrera. – dijo, intentando
justificarse.
Días y días Olivia evitó
hablar con su padre, iba a los ensayos y luego se encerraba en su camarín.
Ya de vuelta en Madrid,
Stanley y Pierre se reincorporaron al elenco. Las siguientes semanas fueron
intensas. Por las noches el insomnio se hizo compañero de nuestro afligido
actorcito, la imagen de su querida Olivia ocupaba todos sus pensamientos,
resultaba imposible separarla de su mente. ¿Sería factible la vida sin ella?
era una pregunta sin respuesta. Stanley construía castillos en el aire y
planeaba la posibilidad de reencontrarse. Su malestar pronto se vio reflejado
en los ensayos.
-Lo noto preocupado, Stanley, ¿No se
encuentra bien de salud, lo aqueja algo en particular? Ha perdido su vitalidad, está siempre como
volando en sus pensamientos y no concentrado en su papel, ¿Puedo serle de
ayuda? usted me preocupa… - lo indagó el director.
- La verdad, señor Bolton, es que tengo un
serio problema que impide dedicarme en pleno a la obra… se trata de un asunto
personal que no me resulta grato compartir, lo lamento. No obstante le
agradezco su preocupación. Eso sí, me esforzaré para que ello no entorpezca los
ensayos, se lo prometo. – respondió Stanley, tratando de ser convincente.
El avezado director buscó
entonces a Pierre… con seguridad él estaría al tanto de los problemas de su
colega. Estaba seguro de que entre ambos lograrían cambiar el ánimo del compungido
actorcito.
- Tengo necesidad de hacerte un comentario,
Pierre. He notado que últimamente Stanley no logra concentrarse en la letra del
personaje, parece como si su mente viajara muy lejos de aquí. Y esto viene
sucediendo desde su regreso de París. ¿Sabes si ese viaje tuvo algo que ver con
su comportamiento? – preguntó Bolton
- Verá, señor… no creo que deba hablar de este asunto con usted, se
trata de un tema personal de Stanley – se disculpó Pierre.
- Insisto en saber el motivo de su falta de concentración, de ese modo
podré comprenderlo mejor – continuó el
director.
- Ya que insiste, se lo diré. Sólo espero no tener problemas por ello
con Stanley. Nuestro viaje a París tenía como objetivo encontrar a alguien muy
importante para él, pero no lo logramos, y eso le trajo una gran desilusión –
explicó Pierre.
- Ya veo, descuida, no le diré que hablaste conmigo sobre el tema – dijo
Bolton.
- Le suplico tenga contemplación con él, señor. Por lo pronto, sería
bueno que usted nos permitiera volver a París en cuanto sea posible. Es
imperioso que mi amigo tenga un encuentro con Olivia, su amada – continuó
Pierre.
- Eso dependerá de lo que suceda arriba del escenario, necesito que
Stanley vuelva a ser el Quasimodo que fue. Él debe saber conquistar al público
el día del estreno, sólo así se ganará el derecho de viajar a París. Tú podrías
ayudarlo a que recupere su buen ánimo, distrayéndolo de alguna manera – aconsejó Bolton.
- Prometo hacer todo lo posible, señor, cuente con ello – concluyó
Pierre.
Luego de su
conversación con el director, Pierre
organizó salidas divertidas con el fin de alegrar a su apesadumbrado amigo. No
lo dejaba solo ni un momento y siempre se mostraba muy atento con él.
Si bien nada le hacía olvidar por
completo a su amada, Stanley estuvo mejor predispuesto en los sucesivos
ensayos, y logró convencer a Bolton de que ningún otro actor podría representar
mejor al Quasimodo de Víctor Hugo.
Transcurridas dos semanas de intenso
trabajo, intercalado con salidas recreativas, los integrantes del elenco sabían
la letra a la perfección y la acompañaban con la gesticulación apropiada,
logrando impresionar al director.
La escenografía y el vestuario
estaban listos, ya no existía motivo para dilatar el estreno.
¡Y el telón por fin se levantó!
La sala del viejo teatro estaba
repleta, incluso se comentó que decenas de personas quedaron ante las puertas,
sin conseguir entradas.
La fachada del Notre-Dame, apenas
iluminada, era el fondo propicio para destacar los saltos y vaivenes del famoso
jorobado sobre los tejados, quien -siendo representado por Stanley- se
esforzaba con sumo éxito en concentrar las atentas miradas de la platea. Un
logrado matiz rojizo brillaba en sus cabellos, y su único ojo no dejaba de
recorrer todo el escenario, ahora convertido en la plaza donde sería ejecutada
la gitana Esmeralda… que para él era su amada Olivia, la que siempre ocupó su
corazón.
Su actuación sobresalió, aunque en
realidad todo el elenco se lució en aquella noche de la Premier.
El público, exaltado, ovacionó a los
artistas; fue un rotundo éxito, que sin duda daría lugar al comienzo de una
larga temporada de representaciones… y con seguridad habría futuras giras.
Stanley estaba contento y orgulloso,
en su fuero interno aguardaba la promesa del director Bolton… ¿la cumpliría?
El enamoradizo enano veía a Olivia
en Estefanía, cada vez que esta última se ponía en la piel de la gitana
Esmeralda. Los espectadores captaban la emoción que él transmitía en cada
escena y se conmovían a la par del actor.
Las funciones continuaron y el
elenco siguió cosechando aplausos.
Al cabo de cinco semanas a sala
llena, Pierre consideró oportuno recordarle al director la conversación que
habían mantenido antes del estreno. Él ignoraba que ya no sería necesario el
permiso para viajar a París, puesto que los productores de la obra teatral
habían resuelto realizar un tour por varias ciudades europeas, entre las cuales
en primer lugar se hallaba la Ciudad Luz.
Apenas tuvo conocimiento de la
novedad, Stanley dio un salto de felicidad y fue el primero en preparar la
maleta.
París le pareció más espléndida que
nunca, aunque sus luces no podían competir con el brillo de sus pupilas.
La compañía teatral descansaba los
lunes, aprovecharía entonces para asistir a la función del circo Duval el primero
de esos días.
Stanley concurrió acompañado de
Pierre. Se ubicaron en primera fila para disfrutar de cerca el magnífico
espectáculo brindado por los artistas.
¡Y llegó el turno de los
trapecistas!
El corazón brincaba en el pecho del
enano cuando éste vio aparecer a Olivia con un atuendo brillante y seductor,
ella ingresó a la arena en compañía de su hermano.
Luego del ceremonioso saludo, los
hermanos Duval se dirigieron a sus respectivos lugares en las alturas y dieron
comienzo a su performance. Sus balanceos estaban tan sincronizados, que cada
movimiento se enlazaba con el siguiente como si fueran notas musicales en una
excelsa partitura. Las volteretas eran perfectas, todo músculo involucrado
respondía de inmediato a las exigencias de los artistas.
El público no aplaudía para no
entorpecer la concentración de los acróbatas, aunque sí podía oírse un ¡Oh! de
admiración como melodía de fondo.
Olivia hizo una pausa en su rutina,
y fue entonces cuando vio a Stanley. Respiró hondo para atenuar los latidos de
su corazón, embargado de emoción, pues necesitaba estar muy concentrada en la
siguiente acrobacia.
Su hermano se balanceaba en el
trapecio, sosteniéndose con las piernas flexionadas, y debía recibirla en el
aire tomándola de las manos. Pero las palmas de Olivia estaban húmedas de
sudor…
El impacto no consiguió borrar la
sonrisa en el rostro de la malograda trapecista.
El público gritó de estupor y
abandonó la carpa a pedido de los funcionarios encargados de la seguridad.
Stanley logró escabullirse entre la
multitud y se aproximó a Olivia. Lloró desconsolado al verla inerte, se sentía
culpable por no haberla acompañado cuando era malabarista. Si él hubiera estado
a su lado, su padre no la habría convencido de convertirse en trapecista.
El circo permaneció cerrado por
duelo durante una semana.
No ocurrió lo mismo con el teatro
donde se presentaba ‘El jorobado de Notre-Dame’. Stanley debió superar su dolor
y salir al escenario como si nada hubiera ocurrido porque, pese a todo… ¡La
función debe continuar!
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Autores
Laura Camus (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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Nerfect Free License v1.00
*Imagen de la Web c/texto añadido
Excelente.. Me gusto muchisimo. BRAVO
ResponderEliminarUn alegrón saber que gustaste nuestro cuento, Marta.
EliminarTanto Laura, como un servidor, agradecemos tus huellas.
Abrazotes te enviamos...
Repetir mi lectura aquí, fue una experiencia maravillosa y diferente.
ResponderEliminarMi gratitud multiplicada para ambos, aquí y allá.
Grayce
Orgullo ser acreedores de tus huellas, Grayce.
EliminarContento que disfrutaste de la historia.
Un par de abrazotes van...