(imagen de la Web)
Hora
temprana de un día gris que no dice nada. Gris como la pequeña estación de tren
donde se encuentra ella.
Ella,
apenas una mujer… Único ser vivo en aquel nada atractivo lugar donde ni
siquiera los pájaros se atreven a cantar, donde la ausencia de árboles le dan
esa tonalidad mortecina. Allí, en la gélida estación donde impera el silencio…
Ella,
sentada en el único banco de hierro oxidado que parece como olvidado, semejando
un viejo adorno que perdió su brillo; adorno que no se arroja pues a nadie le
importa su presencia. El banco, tan ignorado como ella, la mujer de los ojos
empañados ¿Lágrimas de frío, o quizás de dolor? Imposible descifrar esa mirada
que se pierde más allá del horizonte.
Ella,
arropada con un níveo vestido que la insignificante brisa no alcanza a agitar.
A su lado un bolso y una valija, ambos de color verde como la esperanza.
Un
hombre, joven y esbelto, se acerca y casi murmurando, dice:
-Perdón
señorita ¿o quizás señora? ¿Me permite sentarme?
Pega
un sobresalto, la voz masculina la estremece. Años de mutismo, años de no oír
más que el ruido ensordecedor cuando la tormenta se apiada de la sequía en ese
pueblo que hasta DIOS dejó abandonado. No son tantas las tormentas, tal vez por
eso le gustan tanto ¿Qué otra cosa puede esperar sino el violento aguacero?
Gira
la cabeza y lo mira. Es alto, viste un traje de corte inglés, a rayas. En sus
manos, un maletín. Tal vez sea el médico del pueblo aledaño. Hace días que se
lo espera. Doña María está enferma, muy enferma. Es posible que muera, sí, pero
de todos modos sus hijos llamaron al doctor.
-
¿Puedo sentarme a su lado?- Repite el hombre alto de traje inglés.
-
¡OH, sí, por supuesto!- Se corre a un lado y deposita su maleta en el piso
mientras piensa cuán cascada sonará su voz para ese forastero que ignora todo
de ella. Él toma asiento, ella baja la mirada, aprieta su bolso verde, el color
de la esperanza…
Transcurre
un minuto, quizás dos, el silencio los separa...
-¿Sabe
si el tren llegará a horario?, quise consultar en la boletería pero el
encargado salió...no sé...
-El
tren...ah... si, el tren, dicen que por lo general respeta lo anunciado, pero
nunca es posible estar seguro, no nos queda otra que esperar.
-Igual
que en la vida, ¿verdad?, siempre esperamos. Perdón la indiscreción ¿Usted vive
aquí?
-¿Vivir?-
Una mueca irónica se dibujó en su rostro, estremeciéndolo a él. Sus ojos
parecían rojos, un brillo intenso y extraño había en ellos- Sí, se podría decir
que “vivo”, aunque no necesariamente en este sitio. En realidad, siempre viajo,
voy hacia donde me necesiten, hacia donde me manda…
Se
interrumpió, no debía decir más de lo ya dicho. Giró la cabeza y miró en
dirección a las vías del ferrocarril. Faltaba poco para que llegara el tren,
entonces sí, sin que medien palabras, él obtendría la respuesta.
-Perdón,
no quise molestarla, entiendo que mi curiosidad llegó demasiado lejos, sepa
disculparme, es que su frase inconclusa...va donde le indican...me asombró un
poco, pero por supuesto no soy yo quién debe conocer sus actividades. No
obstante su duda en continúar su explicación...bueno, si lo prefiere lo dejamos
así, o quizás...
A
los lejos se escuchó el leve rugir de una locumotora; la custionada lo miró
como insinuando algo, que el susodicho no alcanzó a comprender.
Nuevamente
el silencio ocupó la escena. Ella comenzó a preparse un poco, del bolso sacó un
pequeño espejo y un hermoso cepillo con un mango al parecer de hueso de animal,
que llamó la atención del supuesto médico, no pudo dejar de expresar su asombro
y exclamó:
-Que
maravilla, ¿es un regalo que recibió?
Ella
no respondió. Lo miraba fijamente mientras cepillaba su larga cabellera. Una
vez más, esa mirada extraña que lo estremeciera. Sintió el sudor frío
deslizándose por el rostro de él, acompañado de náuseas. El dolor de estómago
lo sorprendió. Se arqueó. El maletín cayó de sus manos. Ella actuaba con
serenidad, como si los acontecimientos estuviesen dándose tal como debían
acontecer. Apoyó una mano en el pecho del hombre.
-Es
la hora. Vamos, no debemos demorarnos. Debo acudir a la próxima cita.
La
miró y no emitió palabra. No había nada más que preguntar, todo lo que debía
saber se le fue dado a conocer en ese preciso instante. Ella, la señora de la
guadaña, arrojó a las vías el cepillo con mango de hueso. Cuando sintió el
último hálito, lo levantó en brazos, no sin antes amputarle una porción de
hueso…
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Ella:
Myriam Jara (Argentina)
Él: Beto Brom (Israel)
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*Música de fondo: Into The Dark / Daniel Silva
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